Este blog es algo así como un gemelo de musicalculebrones.blogspot.com, el que ofrece materiales sobre historia de la música. Mi intención es alternar ambos.

miércoles, 30 de julio de 2014

DOMENICO SCARLATTI: ANÁLISIS DE LA SONATA EN DO MENOR K11 / L352 / P67

Voy a regresar al siglo XVIII para hacerle un pequeño reconocimiento a un compositor que, en mi opinión, no es debidamente justipreciado, Domenico Scarlatti (1685-1757).

El azar quiso que naciera el mismo año que Bach y Haendel.

¿Será ésta una de las razones de su escasa consideración? En el momento histórico en el que la música ‘clásica’ germánica comienza a predominar, ¿debe sentarse a un oscuro ítalo-ibérico en el Olimpo de la música?

Se me ocurren otros motivos, uno de ellos de indudable validez.

Scarlatti compuso, en su período en la península ibérica, 555 sonatas para clave en un movimiento. De él no se escucha nada más. Son muchas, sí, pero no tienen punto de comparación con la variedad, complejidad y cantidad de la producción de quienes escribieron (casi siempre magníficamente) para un gran número de géneros, entre ellos los más prestigiosos y extensos de la época.[1] Y, como vivió al margen de los grandes acontecimientos musicales de su tiempo, como no influyó –como sí lo hizo Carlos Felipe Emanuel Bach- a los compositores oficialmente reconocidos que marcan la evolución de la música en ese período, no se aprecia su importancia histórica. Aunque es contemporáneo de los más grandes maestros del barroco tardío, no puede considerarse un barroco, sino un preclásico, como veremos en el transcurso de este análisis.

Hay, me parece, otra razón, ésta de ningún modo valedera.

Tal vez porque somos hijos de la concepción romántica, le asignamos una importancia capital al dramatismo. La alegría y la vitalidad de Scarlatti o de Haydn[2] son confundidas con superficialidad y hasta con infantilismo. Ambos son víctimas del mismo criterio, que nos dificulta valorar en toda su dimensión el gozo con que enfrentan musicalmente la vida.  Por la misma razón se nos ocultan, también, sus aportes a la evolución del lenguaje que, como pasa siempre, son más fáciles de apreciar en una perspectiva histórica.

Domenico, hijo del gran Alessandro, nació y se formó en Nápoles, en ese momento bajo el dominio español. Ya en su juventud fue considerado un gran instrumentista[3]. Alrededor de 1720 fue contratado en Portugal como profesor de la princesa Bárbara de Braganza, a la que siguió cuando ésta se casó con el futuro rey español Fernando VI. Se quedó y murió en España, identificado con el país. Un ejemplo de ello es que firmaba Domingo Escarlati, apellido que conservaron sus descendientes. Otro signo de su españolización, uno que más nos importa, es que buena parte de sus sonatas están teñidas con elementos de la música popular hispánica.

Como todos los géneros musicales, la sonata ha ido cambiando, y mucho, a lo largo de la historia. En un comienzo se le llamó así a piezas instrumentales que no eran para teclado. Para éstas se reservó el nombre de toccata, y ambas se diferenciaban de la cantata, que era, naturalmente, una obra vocal.

Hoy por hoy, cuando escuchamos la denominación sonata, tendemos a pensar en la sonata clásica, la que se compuso en una parte del siglo XVIII y en el XIX. Aquí el asunto se complica porque además de ser un género, la sonata resulta ser, también y por lo menos, una forma. Y es justamente ella, la forma, la que hoy nos interesa, lo que se ha dado en llamar allegro de sonata o forma de primer movimiento.

Las de Scarlatti (que él llamó essercizi) no tienen (todavía) la estructura de las clásicas[4]  y poseen una forma binaria, en algunos casos bastante similar a la de, por ejemplo, las danzas de las suites de Bach o de Haendel. Otras, sin embargo, van adquiriendo una personalidad diferente. Y no es, únicamente, un camino emprendido por este género, lo que está cambiando es la manera de componer música.

Al final del barroco, los creadores musicales empiezan a abandonar la unidad afectiva en los movimientos de sus obras. Hasta allí, éstos expresaban un único sentimiento. A partir de ese momento, se incorpora la oposición, el conflicto al interior de la pieza, y la forma sonata lo hace de una manera emblemática, hasta el punto de convertirlo en el eje central de su estructura.

De este modo, las dos partes de la preclásica se convierten en tres, que reciben los nombres de exposición, desarrollo y recapitulación.

Aunque no todas las sonatas (clásicas) tienen exactamente la misma forma, es posible trazar un esquema, que se puede encontrar en los tratados (y que se debe aceptar con  cautela). 

La exposición consta de dos temas o dos grupos de temas, el primero en la tonalidad principal de la pieza y el segundo generalmente en la dominante. Es frecuente que éste tenga un carácter más lírico y es aquí que se plantea el conflicto de tonalidades y habitualmente de caracteres (el conflicto es siempre de tonalidades y muy frecuentemente de temas). La exposición finaliza con el llamado tema conclusivo, que cumple una función cadencial (y está en la segunda tonalidad, en la que nos ha llevado a la mencionada situación conflictiva).

El desarrollo es la intensificación del conflicto. Usa habitualmente sólo material temático de la exposición y presenta modulaciones, fragmentación y/o reelaboración de los temas.

La resolución del conflicto se encuentra en la recapitulación, en la que se escucha nuevamente la exposición, pero ahora con todos los temas en la tonalidad principal: se han tonalmente reconciliado.

Vayamos, por fin, a la K 11 de Scarlatti.





La primera parte (14 cc.) va de la tónica (do menor) a la tonalidad también menor del 5º grado (sol). Se corresponde con la exposición, pero no es, de ningún modo, la de la sonata clásica. No tiene lo que en ella se denomina segundo tema, sino que en el segmento que se encuentra en la dominante se escucha una mera función cadencial, un arpegio de la nueva tónica y el descenso a ella por escala, derivado, además, del tema del comienzo. Y la modulación no significa aquí pugna de tonalidades. Incluso se torna ambigua al final de la parte, empleando un recurso que encontramos en algunas suites de los compositores barrocos cuando se proponen regresar a la tonalidad del inicio.

A partir del quinto de los primeros ocho compases se puede apreciar un pequeño contraste (que analizaré más adelante), pero ahí no hay conflicto: el contraste es de escasa relevancia y, además y especialmente, todo está en do menor, no hay oposición de tonalidades.

La segunda parte se encuentra íntegramente en do menor, por lo que faltan las modulaciones características del desarrollo, aunque sus primeros seis compases (15 a 20), que sustituyen a los seis con los que comienza la sonata, representan una prolongación de la dominante, es decir, una prolongación de la tensión modulante de la primera parte, están construidos con distintos elementos del material temático de ésta y existen, asimismo, pequeños atisbos de su elaboración. Pero desarrollo no hay.

Siguen a continuación dos compases (21 y 22) prácticamente idénticos a los cc. 7 y 8 del inicio y, a partir de allí, oímos la transposición a la tónica de los seis compases finales de la primera parte, que estaban en la dominante. Todo está en la tonalidad de la tónica, como en la recapitulación de la sonata clásica, pero no podemos hablar de reconciliación: nunca, en el transcurso de la obra, escuchamos  los dos temas en conflicto. Y no puede haber reconciliación donde no hubo disputa.

En consecuencia, ninguna de las tres partes de la sonata clásica está aquí presente: se trata de una pieza claramente bipartita, que empieza, no obstante, a diferenciarse de las barrocas contemporáneas.

Pero, además, el lenguaje barroco es contrapuntístico, tonal pero lujosamente contrapuntístico en el barroco tardío, El de Scarlatti, no. Hay, sí, en esta sonata, presencia  melódica en ambas manos, abundancia de intervalos de 2ª en las dos, atisbos de imitación entre ellas,  pero encontramos también, en gran cantidad, 3as. y 6as. paralelas, negación del contrapunto. Y, en su conjunto, tiene una escritura predominantemente armónica, que es la del período clásico.

Veamos unos ejemplos:

 

  Entonces, ¿esta pieza tiene sólo un interés histórico, al mostrar el comienzo del pasaje del barroco al clasicismo, con una simplicidad tonal absoluta? En mi opinión, rotundamente no. Aparte de su, para mí, gran belleza (criterio totalmente subjetivo), existen elementos constructivos que la hacen excepcional.

Toda la sonata está (a mi juicio, asombrosamente) construida sobre el motivo del tetracordio. Reproduzco otra vez la primera parte indicando su presencia.

 
Pero no todos los tetracordios de la sonata son del mismo tipo. Hay en ellos, en primer lugar, una diferencia de ubicación métrica que desempeña un importante papel formal.

Después de los del primer compás, de carácter crúsico, se suceden varios que, por el contrario, son anacrúsicos, hasta que, en los cc. 5 a 9, volvemos a que los tetracordios comiencen en los pulsos fuertes del compás. Esto último no sólo coincide con el ‘pequeño contraste’ a que antes hacía referencia, sino que contribuye sustancialmente a él.

En el c. 10, cuando comienza el segmento cadencial, y hasta el final de la parte, retornamos al tetracordio anacrúsico.

En la segunda parte se vuelve al crúsico (desde el c. 15 al 23) y se regresa después al anacrúsico, como en la parte primera, hasta el final de la sonata.

La ubicación métrica del tetracordio constituye en esta pieza –repito-, un componente formal de primer orden.

Pero hay, además de la ubicación métrica, otros elementos que contribuyen a la importancia de este grupo de cuatro notas. Uno de ellos, también de carácter rítmico, se relaciona con su duración: en los primeros compases, su extensión es casi siempre de dos tiempos, pero a partir del c. 5, cuando se hace crúsico, pasa a durar cuatro. Y así sigue hasta el 9, que es el clímax de la parte, en el que la mano izquierda desciende dos tetracordios en corcheas, mientras que la derecha, por primera vez, lo hace en semicorcheas. En este compás se libera la energía acumulada en el ascenso de los inmediatamente anteriores.

Es destacable que Scarlatti vuelve a utilizar los tetracordios en semicorcheas en los dos últimos compases de la parte (y hace lo mismo, claro, porque es la transposición, al final de la pieza).

Constituido por 2as., el tetracordio tiene una personalidad netamente melódica. El intervalo vacío de 4ª está, en cambio, más vinculado con la armonía (sin perder, por supuesto, su relación con lo horizontal). En las cadencias finales (cc. 12 a 14 y 26 a 28) el tetracordio pierde sus notas intermedias y la 4ª (primero en mano izquierda y después en la derecha) cumple con la función armónica que en ese momento se espera de ella.[5]

Asimismo, los tetracordios son distintos en cuanto a la distribución de sus intervalos.

En los primeros ocho compases se alternan  el mayor y el frigio.

Tetracordio mayor:
 
Tetracordio frigio:
 
Son opuestos en el sentido de que sus intervalos están invertidos, el primero tiene el semitono al final y el otro, al principio. Sin embargo, como en casi todos los casos se presentan en dirección contraria, ambos se escuchan st., t., t.

En el clímax (c. 9) encontramos una novedad (o dos)[6]. Aparece otro tetracordio, el menor (o dórico), que tiene el semitono ubicado en el medio.

 
Tetracordio menor:
 
Es el único que se oye en la melodía hasta la cadencia final de la parte (cc. 13 y 14), en la que vuelven a estar los dos iniciales. (Y todo esto está asociado a la modulación: el tetracordio menor es el primero de la tonalidad de sol menor, mientras que los otros pertenecen a la forma melódica de las dos tonalidades, sol y do menor.)

En los primeros seis compases de la segunda parte tenemos otra vez, en la melodía, el tetracordio menor, y en lo que sigue encontramos lo mismo que en la primera, porque en parte es igual y, en parte, una simple transposición de ésta.

También el tipo de tetracordio empleado desempeña, entonces, un relevante rol formal.

Hay otro elemento que merece ser mencionado.

Durante los primeros seis compases de la primera parte, Scarlatti utiliza la llamada escala menor melódica, con el 6º y el 7º grado alterado. En el séptimo compás, cuando está por alcanzar el clímax y cuando se está por producir la única modulación de la pieza, introduce el lab (pasando a la denominada escala menor armónica), lo que contribuye a generar la tensión propia de un momento climático.

Se produce entonces la modulación y, en los dos últimos compases (como se dijo, generando cierta ambigüedad en la modulación), el autor regresa a la escala menor melódica.

En los compases iniciales de la segunda parte retorna a la forma armónica y, a continuación, hasta el final, se repite lo ocurrido en la primera.

En esa primera parte, después de establecer la tónica do hay un predominio de la nota sol (ámbito en las dos manos hasta el compás 7 inclusive, especie de pedal en mano derecha en los cc. 5 a 8, tonalidad a partir del 10).

En la segunda adquiere (relativamente) mayor peso el fa, pero, finalmente, es el do el que sale triunfante.

Quien busque en la armonía y en las modulaciones el interés de esta obra (aspectos en los que generalmente se centra el análisis) quedará sin duda decepcionado. Pero, como he intentado mostrar, Scarlatti recurre a otros elementos, con extremada economía, para componer esta pequeña joya, elementos que, por desgracia, muchas veces no son tenidos en cuenta.

Hace muchos años, un excelente músico español radicado en mi país decía –medio en broma, medio en serio- que 1685 era el año de la Gracia, debido a la coincidencia del nacimiento en él de Bach, Haendel y Scarlatti.

 


[1]  Sin embargo, una breve sonata de Scarlatti (o un pequeño lied de Schubert, entre otras miniaturas) son capaces de provocarme una hondísima emoción.
 
[2] Lo de Haydn es interesante y curioso. Profundamente admirado en vida, tal vez porque después (casi  al mismo tiempo) vinieron Mozart y Beethoven, su prestigio disminuyó más que considerablemente.
 
[3] Es conocido su ‘duelo’ con Haendel, en el órgano y el clave, realizado en Italia.
 
[4] Se trata, como la mayoría de las obras para teclado de la época, de piezas con fines pedagógicos. Las composiciones para teclado solo (exceptuando las de órgano) no se ejecutaron públicamente hasta el siglo XIX.
 
[5] La tenemos en el bajo dentro del encadenamiento V – I cuando, por primera vez en la cadencia, encontramos la tónica en posición fundamental y, finalmente, en el último compás de cada parte, ahora los dos sonidos perteneciendo al acorde de I (que, en la primera parte es, en realidad, el de V de la tonalidad principal, a la que estamos regresando).
 
[6] También hallamos ahí el tetracordio aumentado, que sólo está una vez en cada parte y que pasa relativamente inadvertido.