Este blog es algo así como un gemelo de musicalculebrones.blogspot.com, el que ofrece materiales sobre historia de la música. Mi intención es alternar ambos.

domingo, 28 de enero de 2018

sábado, 23 de diciembre de 2017

MAZURCA Op. 7 No. 1 DE CHOPIN, ANÁLISIS

En el blog del mes pasado me referí al uso del color armónico por parte de Chopin. En esta oportunidad elegí una mazurca que, a mi juicio,resulta muy significativa en este aspecto.

Pero antes de entrar en el análisis de la pieza:

Decía Berlioz, refiriéndose a las mazurcas del autor: “Sus melodías, impregnadas de elementos polacos, a veces ingenuamente bravías, encantan y cautivan por su peculiaridad.”

Chopin tuvo más prestigio como profesor y pianista que como compositor, aunque sus obras fueron también admiradas, por lo menos por algunos. Sin embargo, en ese momento de la historia se consideraba a Beethoven(y más tarde a Wagner)  como las cumbres inalcanzables. Incluso después, en el siglo XX, cuando ya no brillaba del mismo modo el genio germánico, la opinión sobre el Chopin compositor no era unánime.

Sí lo era respecto a sus dotes como instrumentista. Hay, en ese sentido, innumerables testimonios.  Berlioz afirmaba: “Sólo el mismo Chopin puede darle a su música ese extraordinario carácter, esa sensación de lo imprevisto, que es una de sus principales bellezas; su interpretación tiene mil matices, de los que sólo él conoce el secreto, matices imposibles de enseñar.”

Por razones obvias no puedo opinar sobre el Chopin pianista. Sí puedo hacerlo sobre el compositor, y considero que es uno de los grandes










Puede existir la tentación de estimar que esta mazurca es un rondó, pero no lo es. Y la tentación proviene del hecho de que ambos alternan distintos materiales, con uno que siempre aparece. Pero en el rondó todas las partes tienen importancia, peso y, en muchos casos, individualidad tonal. En esta pieza no es así. La melodía reiterada es como un “estribillo” y las otras dos, además de ser más breves, son armónicamente dependientes, inestables y “resuelven” en ese “estribillo”, que es el que da estabilidad.  Podríamos representar al que llaman pequeño rondó con las letras A B A C A, lo cual sería incorrecto en la mazurca que nos ocupa. Para expresarla en letras deberíamos indicar AA BA CA. En este caso, A predomina y, además, la tónica no cambia (aunque sí el modo, de una manera insólita).

Voy a usar esas letras (A, B y C) para identificar las distintas melodías. Y digo sólo melodías porque la armonía acompaña, apenas con una nota por pulso, si bien hay algún elemento distintivo al que más adelante me referiré.

La división en compases es, al mismo tiempo, regular e irregular. Mientras la parte A tiene, siempre, una división en 6, las partes nuevas de B y C tienen una extensión de 8 (y se dividen en 4 y 2).

En los primeros 6 compases de A, la división menor es 3 + 3, pero en los siguientes 6, es 2 + 2 + 2. Esta diferencia, aunque muy probablemente no sea percibida conscientemente en la audición, contribuye a darle variedad al conjunto.

No es ésta la única diferencia entre las dos mitades de A.  Los primeros tres compases sonuna extensa escala ascendente, seguida por un abrupto, contrastante descenso, también de 3 compases, constituido por grandes intervalos (algunos de ellos disonantes). Resulta particularmente significativo el último, cuya nota final es un mi natural sobre un acorde de tónica Si bemol, un tritono  que otorga al pasaje un aroma lidio. Esto ocurre en los cc. 6 y 10. (Volveré a referirme al mi que es, en mi opinión, una de las notas más importantes de la mazurca.) Pero en los segundos 6 compases de A se sustituye la escala por un arpegio y aumenta el tamaño de los grandes intervalos, aunque la estructura es similar a los anteriores. Y el mi sigue presente, en las mismas condiciones.

Armónicamente, A  es sólo una alternación de tónica y dominante, con la única excepción de lasubdominante en la cima de la escala ascendente en el c. 3, con un matiz ff seguido de un fz, y en el único lugar en el que el bajo se octava. Se trata, seguramente, de un modo de contrastar ese mib con el mi natural que empezará a aparecer enseguida.

En las mazurcas no es el primer pulso el que tiene el acento métrico. En ésta es siempre el segundo. Se oye permanentemente – típico también de estas danzas- el ritmo que llaman saltillo, corchea con puntillo –o, en este caso, algunas veces corchea y silencio de semicorchea- seguida de una semicorchea.

La segunda melodía –los 8 primeros compases de B- se diferencian mucho de A  Todo se apacigua. La melodía está constituida por pequeños segmentos en grados conjuntos con un ámbito máximo de una 4ª. El mi natural vuelve a aparecer, pero de un modo más “juicioso”.

La armonía es estática, con un pedal de dominante en el que la mitad de los acordes “disimulan” la quietud con tónicas en segunda inversión. Y  los saltillos son parcialmente sustituidos por pares de corcheas, menos impetuosos.

En el c. 45 se inicia C que es, sin duda, en sus primeros 8 compases, el segmento más sorprendente.  Cambia el modo, con la aparición de nuevos bemoles. Estamos en sib menor, pero ¿totalmente?: sigue oyéndose el mi natural que, con la tónica sibforma un tritono. Pero esos nuevos bemolesalejan el aroma lidio. Este modo (el lidio) es el más mayor, todos sus intervalos, incluyendo la 4ª, son grandes. Y en este segmento, el 3º y el 6º (los grados modales) se han hecho menores. Y, además, se escuchan mucho, ya que forman un pedal (más bien un bordón de tipo folclórico, que Chopin utiliza frecuentemente en las mazurcas), que se mantiene durante 7 compases.
Los segmentos nuevos de B y C se parecen, entonces, además de en el número de compases, en su falta de movilidad armónica.

Las notas dela melodía de la primera parte del último segmento son las de la escala menor armónica de fa, pero el ámbito del primer gesto melódico es dominante-tónica de la tonalidad principal, en un significativo descenso por grados conjuntos. Y el solb del pedal  también nos distancia de la tónica fa (aunque si no fuera por el mi natural de la melodía, estaríamos oyendo un modo frigio). En definitiva, como casi siempre, la ambigüedad, en música, otorga riqueza.

Dije antes que el mi natural era uno de los sonidos más importantes de la  mazurca, y lo es porque aporta un color armónico especial (y variado). En el “estribillo” nos orienta hacia un modo lidio; en B se “suaviza” y lo interpretamos simplemente como una apoyatura a la dominante; en C adquiere su máxima personalidad y forma parte de un modo exótico, en cierta medida “justificado” por el acorde alterado de 6ª aumentada, al que me referiré más adelante. Es, entonces, un elemento que cumple una función muy importante en lo que se refiere a la expresividad de la pieza. Y, además, en el aspecto armónico, está muchas veces rodeado de ingredientes que podríamos calificar de  banales, lo cual hace quetenga mayor destaque (este procedimiento es frecuente en Chopin).

Ese solb, tan importante a partir del c. 45, no llega por sorpresa.Ha sido preparado poco antes, en el puente al “estribillo” de B, en el compás 32.

La melodía de los primeros compases de C nos hace escuchar varios intervalos  inestables: 2ª aumentada, tritono, 9ª menor, además de los intervalos armónicos también disonantes y, por supuesto, el cambio de modo (y el “hay más” al que me referiré enseguida).Es, indudablemente, el momento más tenso de la pieza, tensión que se resuelve en el “estribillo”, con el que finaliza la mazurca. Es el momento adecuado para ese incremento.

En cierto sentido, la melodía de C tiene una estructura interválica derivada de los primeros compases del “estribillo”.

Llegamos, entonces, al “hay más”.Los compases 45 a 51 y medio, absolutamente estáticos desde el punto de vista armónico, están construidos sobre un solo acorde, uno alterado, una 6ª aumentada alemana.En sus apariciones previas, el mi natural podría ser catalogado (convencionalmente)como una apoyatura (que resuelve en la dominante fa). Pero en el primer mi de C, eso ya no resulta posible. El fa es una nota no armónica y el mi, en cambio, es parte del acorde alterado de 6ª aumentada. Pero, al mismo tiempo, el fa es el 5º grado del sib, estructura que oiremos en el compás siguiente. ¿Hablábamos de ambigüedad como sinónimo de riqueza?
Hay testimonios muy interesantes, en cierta medida relacionados con la opinión de Berlioz incluida al comienzo, sobre la forma en que Chopin interpretaba las mazurcas. Estas están escritas en una métrica de tres pulsos, pero hay por lo menos dos músicos que aseguran que las tocaba, no todas, pero sí muchas, no en tres sino encuatro, aunque se percibían en 3.

Uno de ellos es Wilhelm von Lenz,  alumno de Chopin (y, además, Consejero de Estado de la corte imperial rusa). Según afirma, fue testigo de un encuentro nada amigable entre su profesor y  Giacomo Meyerbeer, un día en que estaba recibiendo clase y tocando una mazurca. En ese momento llegó el operista, se sentó y dijo sobre lo que escuchaba: “Eso está en 2/4.”  Las pálidas mejillas de Chopin enrojecieron, sus ojos echaban fuego. “Está en ¾” afirmó.  Con calma, Meyerbeer repitió: “En 2/4”. Siguió un diálogo muy tenso e, incluso, Chopin tocó varias veces la pieza. Cada uno se mantuvo en su criterio y, finalmente, el visitante se fue en malos términos. El autor desapareció en su estudio.

El otro testimonio, éste podríamos decir con final feliz, es el del pianista y director de orquesta Charles Hallé quien, después de alabar la libertad  con que Chopin trataba el ritmo,  cuenta que por allá de 1845 o 46 se animó a plantearle el asunto de las mazurcas en 4/4, y que éste lo negó estruendosamente. Entonces consiguió que tocara una  y contó en voz alta 1 2 3 4 dentrodel compás. Ante la prueba, el compositor, riendo, le explicó que el carácter nacional de la danza  genera esa peculiaridad.

Sorprendente.

domingo, 19 de noviembre de 2017

Op. 28 No. 23: PRELUDIO DE CHOPIN

Creo que lo he dicho en el  blog más de una vez: en música, la ambigüedad es generalmente una virtud, un signo de riqueza, mientras que la transparencia, que conduce con frecuencia a lo obvio, no resulta muchas veces recomendable. (Lo contrario de lo que ocurre con el carácter de las personas.) Y, a mi juicio, este preludio constituye  un ejemplo de ello.




La melodía está casi exclusivamente en la mano derecha.Para la mayoría de los pianistas que lo han grabado, sin casi. Unos pocos destacan el la sol fa de mano izquierda que se escucha en el segundo y tercer compases (y en los lugares similares que hay después, en la tonalidad principal o transportado).

Se trata, claro, de una melodía instrumental, con una velocidad, un registro y una extensión sin respirar mucho mayores que los de la vocal.

Además,  la mano derecha se limita a hacernos oír un subpulso constante, procedimiento que encontramos en el barroco, que es abandonado durante el clasicismo y reaparece en el período romántico.

Hay en la mano izquierda varios acordes arpegiados, en todos los casos más o menos relacionados con las tónicas. (En realidad, tónica hay una sola. Los pasajes por otras tonalidades son sólo tonizaciones.) En esos acordes arpegiados siempre se atacan tres sonidos, un número que es el más frecuente (corchea y dos semicorcheas, tresillo de corcheas) en cuanto a notas por pulso en la mano izquierda durante todo el preludio.

Tiene un único material temático y es regular en lo que se refiere a la división en compases: 8 (4 + 4) + 8 (¿4 + 4?) + 6 (4 + 2). Pero no sólo consta de un único tema (su brevedad le impide tener más). Se repite idéntico -o casi- en la tonalidad principal o transportadoy, en muchos casos, una mano o las dos, tocan lo mismo cada medio compás. Sin embargo, no resulta reiterativo.

¿Por qué? La brevedad es una de las razones, pero no la única. Ya en el primer compás ocurre algo que atrae nuestro interés. La mano izquierda hace escuchar un acorde de tónica (Fa mayor), mientras la derecha deja oír un arpegio de 7ª de re menor. Esa nota (el re) se oirá 4 veces en ese compás.En todos los casos, inmediatamente antes de do, es decir, que desciende  por grado conjunto. Eso nos podría indicar que los re son apoyaturas, pero esta nota no armónica está académicamente definida como  sonido métricamente acentuado, y éstos se encuentran siempre en parte débil del pulso. ¿Será una apoyatura no académica? Muy probablemente, sí. O, si no, la alternativa está entre un acorde de 6º grado(con función armónica) o lo que denominan acorde con 6ª agregada (sólo de color armónico). Sea como sea, ese sexto grado aparece continuamente a lo largo de la pieza.

En el segundo compás, la mano izquierda pasa a la dominante. Incluso sustituye el sib por si natural, pero  la derecha no está del todo convencida. Si se hace abstracción del re, se escucha un Fa mayor en 2ª inversión, una versión extendida del encadenamiento


cuyo primer acorde ya no es una armonía de Fa, sino una de Do con dos notas no armónicas. Pero si no hacemos abstracción del re, la tan fuerte dominante de mano izquierda puede convertirse en la 7ª del acorde de re menor.

Finalmente, en el último pulso del c. 2, las dos manos se deciden por la dominante. Y en el 3º, tónica y dominante se alternan para no dejar dudas (si las hubiera) de que estamos en Fa mayor.

Todo lo que ha sido descrito aparece cada vez que el material se repite, en la tónica o transportado (cc.5 a 7, 9 a 11, 17 a 20).

El cambio de registro hace que el timbre sea un factor importante en el preludio. La mano derecha comienza en un registro medio. Va desplazándose hasta dos octavas hacia el agudo. Después baja, pero finaliza nuevamente muy arriba. A veces, la izquierda acompaña el movimiento de la derecha.

Todos los elementos señalados contribuyen a que, pese a las reiteraciones, el oído esté concentrado en otras cosas.

El cuarto compás presenta una novedad.  Si bien no siempre renuncia al bemol del si, incluye, en ambas manos, un sol# - la que nos orienta hacia la relativa menor de la tonalidad que inmediatamente va a tonizar, Do mayor. ¿Y qué grado es la de Do? El sexto, igual que el re del comienzo en la mano derecha con la tonalidad principal de Fa. Y nos vamos a encontrar con otros ejemplos de esta relación.

En cada unidad de cuatro compases, los tres primeros, casi siempre, son la repetición del material inicial (la única excepción, los cc. 13 a 16).

Los cc. 5 a 7 simplemente transponen a la dominante los primeros tres. El octavo confirma el regreso a Fa mayor. En el último pulso de este compás reaparece (dos veces) el re que es, como se vio, el sexto grado, y, al mismo tiempo, aquí,la 9ª de la armonía de dominante de la tonalidad principal.

Se escucha entonces, en los cc. 9 a 11, la transposición a la 8ª superior de los tres iniciales. El c. 12 es también una transposición, esta vez a la 4a superior (o a la 5ª inferior) del c. 8. Con este nuevo acorde de V7 entramos en otra tonización, muy breve, esta vez a la subdominante, a la que sigue un V/V de Fa mayor, tonalidad a la que a continuación regresa definitivamente.

En la mano izquierda de ese c. 12, más precisamente sobre el mib, hay un acento, cuyo significado recién se explica al final.

En el siguiente compás, la mano izquierda  tal vez aclara el sentido del sexto grado en el preludio, porque, para mí sin duda, se trata de un acorde de Síb mayor con 6ª agregada, aunque hay otros casos que pueden considerarse contradictorios con éste. ¿Habrá querido Chopin, simplemente, incorporar en esto otro elemento de ambigüedad?

En el c. 16, de una manera quizá más audaz en la mano izquierda, el 6º grado (el la) vuelve a aparecer, coincidiendo con el inmediato definitivo retorno a la tonalidad principal.

Esta oscilación o coloración armónica entre los grados 5º y 6º (que se hace “motívica” en el preludio) dinamiza lo que, si no, sería una armonía banal.

El cuarto compás de este último segmento no es, como los anteriores, un tránsito a otra tonalidad. Su función es la de reafirmar el Fa mayor. Por lo tanto, se limita a repetir con pequeñas, pero necesarias variaciones, el compás anterior.

El mismo cometido cumplen los dos compases finales, aunque es necesario señalar dos cosas, una de ellas, la segunda, de gran importancia.

Por primera vez en toda la pieza, las dos manos hacen escuchar semicorcheas. Al final, las dos manos extremadamente separadas: la derecha, en un registro muy agudo, en el grave, la izquierda.

Pero lo realmente novedoso es el mib del penúltimo compás, que transforma la tónica en una V7. No cuestiona la principalidad de la tónica Fa (que ha sido suficientemente reafirmada), sino que introduce algo de misterio,  nos vuelve a recordar la sutil ambigüedad que ha permeado la totalidad de la pieza. Además, Chopin lo destaca con un acento, lo  que ya hizo en el compás 12 con la misma armonía. En aquel caso se trataba, muy transitoriamente, de la dominante de la subdominante; en este cumple la función de dejar el final abierto. Es lo que Charles Rosen analiza como fragmento romántico, muy presente sobre todo en la literatura de la época. Hasta este momento, los compositores eran siempre fieles a la convención de finalizar en la tónica. Chopin y Schumann, la violan algunas –pocas- veces.

sábado, 21 de octubre de 2017

PURCELL: LAMENTO DE DIDO

Este compositor, que vivió sólo 37 años, en la segunda mitad del siglo XVII, es considerado por sus compatriotas y no sólo por ellos, el más importante músico inglés de todos los tiempos, (En mi opinión, fue el último grande en esa tierra hasta la aparición de los Beatles.) Durante los siguientes más de dos siglos después de su prematura muerte, Inglaterra fue, más que un productor de compositores, un importante consumidor de música.

Este “lamento” forma parte de la ópera “Dido y Eneas”, con libreto basado en “La Eneida” de Virgilio. Es un género surgido en el barroco, período en el que irrumpió con fuerza la necesidad de expresar musicalmente los distintos sentimientos. Muchos están relacionados con el amor, pero también los hay vinculados con la política, la religión, etc. Incluso, pueden ser irónicos o jocosos. Su temática es muy variada.

Dido, reina de Cartago, ha sido abandonada por el príncipe Eneas, su amante troyano,  a quien los dioses han recordado que debe cumplir con su destino, fundar Roma. Desesperada, Dido informa a su fiel Belinda que está muriendo.

La traducción del texto podría ser la siguiente:

Recitativo:

     Tu mano, Belinda, la oscuridad me envuelve,

     En tu seno déjame descansar.

     Más quisiera, pero la muerte me invade,

     La muerte, ahora bienvenida visita.


Aria

     Cuando yazga, yazga en la tierra, que mis errores

     No causen problemas, problemas en tu pecho.

     Recuérdame, recuérdame, pero, ¡ah!, olvida mi destino.

     Recuérdame, pero, ¡ah!, olvida mi destino.





Tanto el recitativo como el aria, de los que consta este “lamento”, surgieron con la ópera, ese frustrado intento italiano de reconstruir el drama clásico. Intento que, si bien fracasó en ese objetivo, tuvo un fulgurante éxito como género de teatro musical, primero en Europa, y después no sólo en occidente, sino en buena parte del mundo.

Este recitativo es lo que los italianos llaman “recitativo secco”, la voz acompañada únicamente por el bajo continuo. Esa es una diferencia con el aria que le sigue (que en el original incorpora dos violines y viola), aunque difieren asimismo en la métrica y en el ostinato del aria (bajo de chacona). Se podría tal vez señalar, también, lo que ocurre con la tonalidad.  El recitativo se desarrolla sobre todo en el área de la subdominante y desemboca finalmente en el sol menor del aria que, pese al bajo cromático que a veces quiere tender a alejarlo de la tonalidad principal, se mantiene férreamente en ella por la cadencia auténtica con que termina cada frase y, por supuesto, por el ámbito del descenso cromático de ese bajo de chacona. Recitativo y aria constituyen en este caso una unidad, pero contrastan, como se dijo, en varios aspectos.

La situación es trágica.  Y la música lo trasmite de distintas maneras. La melodía (en el recitativo) es una escala descendente (una 8ª) en su estructura, una escala con muchos momentos cromáticos; son numerosas las  expresivas disonancias en el acompañamiento; buena parte del recitativo ocurre en el área de subdominante e, igual que el aria, está en modo menor, y su discurso se ve interrumpido por frecuentes silencios. Todo ello contribuye al ambiente fúnebre de la escena.

El aria comienza con el bajo de chacona solo, sin la voz. En el final del “lamento” ocurre algo similar (ampliado) de modo que el aria    queda enmarcada por segmentos instrumentales muy dramáticos.

Si bien todo el “lamento” mantiene su ambiente trágico hay una clara diferencia entre las melodías de las dos frases, diferencia que está de acuerdo con el sentido de la letra. Y son dos frases que se repiten, con el mismo texto.

La primera, que se refiere sobre todo a la muerte de Dido, se inicia con un lento y trabajoso ascenso, al que sigue, en el segundo “yazga”, un más rápido descenso. El resto de la frase, aunque comienza en un registro más agudo, es también descendente(salvo el final de cada pequeño segmento, que modifica la dirección melódica en un exitoso intento de dotar de gracia a la melodía). El hecho del descenso contribuye, sin duda, a crear el peculiar ambiente.

Pero más importantes son los intervalos: el ámbito del primer segmento es un tritono; desde el fa# con que termina ´éste hasta el sonido más agudo del siguiente se forma una 7ª dism., el tercer segmento comienza también con un tritono y ese es el intervalo de su ámbito; las notas extremas de este segmento melódico forman otra 7ª dism. Estos intervalos tensos trasmiten esa cualidad a la música y concuerdan, claro, con el significado del texto.

La segunda frase es diferente. Desaparece en la letra cualquier alusión a la muerte. Dido le pide a Belinda que la recuerde, pero que olvide su final. En la melodía, la dirección descendente es sustituida por la horizontalidad (salvo en el segmento final en que regresa a la dirección descendente) y no encontramos tampoco los intervalos tensos de la  frase anterior. El bajo cromático de chacona es el principal encargado de mantener el ambiente inicial.

Finalizado el texto, tal como se dijo, se escucha dos veces el bajo, pero ahora no solo, sino con la cuerda que, con una melodía cromática también descendente, remata el ambiente luctuoso del “lamento”.

Purcell fue muy reconocido en vida. Sobre su muerte planea una versión que algunos tildan de  leyenda y otros, en cambio, consideran apegada a la realidad. Según parece, una fría noche del otoño londinense, regresó borracho a su casa y su esposa se negó a abrirle la puerta. Como consecuencia, enfermó y murió.

martes, 26 de septiembre de 2017

CHOPIN: ANÁLISIS DEL PRELUDIO Op. 28 No. 2

Si yo no conociera esta pieza y alguien me dijera que fue compuesta en la primera mitad del siglo XIX, me sorprendería. En ese momento, las obras comenzaban siempre en la tónica principal y se movían, si estaban en modo mayor, fundamentalmente hacia los grados funcionales, IV y V, y si estaban en menor, también hacia la relativa mayor, ubicada una 3ª menor encima de la tónica. Por supuesto que también se visitaban otras tonalidades, pero la estructura  estaba basada en lo anteriormente mencionado, aunque, a partir de Beethoven, se empieza a experimentar con otras relaciones de 3ª que van más allá de la conexión entre las relativas.





Pero este preludio va más lejos. Tanto en lo que tiene que ver con la tonalidad como en la armonía, se puede decir que resulta experimental, e incluso la melodia es en cierto modo insólita. La pieza comienza en el 5º grado menor de la tonalidad en que termina, además de alterar, como nota no armónica, el sonido de esa tónica final, a la que realmente llega sólo en los últimos compases.

Tiene apenas cuatro frases  (sus melodías separadas por silencios), todas ellas de distinta extensión. La melodía de cada frase consta de dos partes, también de diferente tamaño. El material melódico es el mismo, aunque transportado y con la modificación, a veces, de duraciones e intervalos. La última frase utiliza sólo la segunda semifrase, a la que añade la cadencia final (de la que habrá que hablar). Lo insólito de la melodía es que contribuye a la ambigüedad general al evitar definir la tónica hasta la cadencia final.

La estructura de las semifrases de las tres primeras frases es similar: una 4ª descendente y una 2ª o una 3ª ascendente. Las primeras semifrases tienen la estructura desnuda, digamos; las segundas son más complejas. Todas terminan en la misma nota en que empieza la siguiente. La única excepción ocurre en los cc. 10 y 14, pero en ese caso ambas tienen, casi, las mismas notas estructurales. La diferencia está en que la segunda cambia el fa# por el fa natural, porque comienza a acercarse a la tonalidad de la menor.

Toda la pieza (excepto la cadencia final) es una melodía acompañada. El canto está siempre en la mano derecha; el acompañamiento es un fluir casi constante de intervalos en corcheas, oscurecido de distintas maneras: notas no armónicas, frecuentemente cromáticas; ásperas disonancias; acordes encadenados morosamente, casi podríamos decir “a distancia”; armonías con tritono que no se resuelven del modo tradicional; bajos que se convierten en pedales armónicos. El resultado es un ambiente tenso, tonalmente indefinido.

Los primeros tres compases tienen la armonía de mi menor. En el cuarto compás el bajo pasa de mi a re, pero las otras notas permanecen sin cambio. El acorde de Sol en segunda inversión –posición muy débil- no es eso, sino una armonía de Re con dos notas no armónicas (el sol y el si), como ocurre habitualmente y como se confirmará de inmediato. En el primer pulso del compás cinco desciende el si, y queda conformada la 5ª  de la armonía de Re, pero todavía permanece el sol como sonido no armónico. En el segundo pulso, también baja esa nota al fa#, y entonces encontramos, completo, el acorde de Re mayor, que será dominante de una tonización a Sol mayor. 



Con esa transitoria tónica Sol finaliza la primera frase, pero Chopin mantiene el ambiente tenso alternando el mi con el mib en el acompañamiento durante los cc. 6 y 7.

En casi todo el preludio, los cambios armónicos se realizan por descensos melódicos, muchas veces por grados conjuntos (tonos o semitonos), algunas por 3as. o 5as.

La segunda frase es una secuencia a la 5ª superior, completa en la melodía, con la excepción de los últimos compases en lo armónico. En el c. 10, el último en el que se mantiene la secuencia en la armonía, llegamos a un acorde completo de La en posición fundamental, pero nadie puede suponer que esa será la nota tónica al final del preludio. Más aún cuando el autor introduce en la armonía, insistentemente, el re#, nota que está a distancia de tritono del la, que permenece en el bajo. Y con esa indefinición termina la segunda frase, que finaliza en una débil armonía de re# con un bajo la (y un importante la en la melodía). La tónica final comienza a destacarse , aunque todavía no puede adivinarse su privilegiado destino.

Al comenzar la tercera frase se produce un descenso de una 3ª en las notas extremas del acompañamiento. Dos compases después bajan también los sonidos intermedios, y lo hacen el equivalente de ese intervalo (una 2ª aum.). Y el descenso continúa. El bajo llega hasta el mi, 5º grado de la, pero sin la sensible sol#. La única vez que escuchamos una hasta el momento es en el c. 5: el fa# sensible de la tonización a Sol. En esa tercera frase, aunque siguen los acordes disonantes con base en re#, hay otros signos de la aproximación a la: durante cuatro compases ese sonido permanace como la nota más aguda del acompañamiento. Y a partir del c. 15 desaparecen los #, que han sido anteriormente abundantes. El mi del bajo (5º grado de la) se convierte más bien en un pedal armónico sobre el que se escuchan otras armonías, fundamentalmente la de re (subdominante de la).

Se está produciendo, además, una disolución de lo precedente. Ese procso comienza en la tercera frase y continúa en la última, y consiste en la desaparición parcial del acompañamiento de corcheas. La melodía, preparando la cadencia final, se ubica en los dos grados que representan la subdominante, el 4º y el 2º. Aunque la tónica la aún no está visible, mucho está dispuesto para su llegada.

La cuarta frase empieza, entonces, con la melodía sola, que tiene como estructura el arpegio de si disminuido. Llegamos, así, a la contrastante cadencia final. Han desaparecido las corcheas del acompañamiento, sustituidas por acordes, construidos entre ambas manos, mayoritariamente con negras y blancas. Pero lo más importante es que se desvanece totalmente la ambigüedad y la indefinición. Estamos en una cadencia auténtica, con acordes en posición fundamental, reforzada, además, por una dominante secundaria V/V. Y esta oposición con lo anterior es por lo menos impactante. Se podría decir  que veníamos transitando por un túnel penumbroso y, más o menos de pronto, lo ha inundado la luz, sin que esto signifique un juicio de valor. Por lo menos en este caso, la claridad no resulta mejor que lo oscuro. Ambos cumplen su función.
¿Cuál es la forma de este preludio? Durante casi todo el transcurso de la pieza, sin ningún tipo de articulación efectiva, está a la búsqueda de la estabilidad, estabilidad que únicamente logra en los últimos compases. Se trata de una pieza de una sola parte.

Este preludio no es la única obra en la que se encuentra el afán experimentador de Chopin. En un sentido diferente experimentó con la danza popular polaca de la mazurca, que antes de él era poco conocida en Europa. Si bien el uso de música popular en la llamada clásica se remonta a la Edad Media, casi siempre se hizo de un modo superficial. Con frecuencia se dice que Musorgski fue el primero en tomarse  en serio la música del pueblo. Y después de él, Debussy. Más adelante, por supuesto Bartók y otros, pero son pocos los que reconocen que en algunas mazurcas de Chopin -no en todas- hay un importante antecedente de esta actitud.   

viernes, 25 de agosto de 2017

PRELUDIO No 6 Op. 28 DE CHOPIN: ANÁLISIS

Después de mucho tiempo vuelvo a Chopin y lo hago por varias razones, una de las cuales expondré ahora. Las otras, al final del texto.

El motivo principal de mi regreso es que Chopin se lo merece, porque es un gran compositor, aunque no todos lo han considerado (ni lo consideran) así. Pero esa es una historia para después.

Los preludios no son, tal vez, sus obras más apreciadas: brevedad, menor dificultad técnica, incluso la simplicidad estructural, los hacen poco aptos para el lucimiento de los instrumentistas (aunque muchos grandes pianistas los han grabado). Y yo me pregunto: ¿será más difícil tocar bien (digo musicalmente bien) una obra de bravura que una de las sonatas que valen la pena de Mozart o alguna de las de Scarlatti? El conflicto entre musicalidad y virtuosismo (exagerando un poco, entre arte y demostración circense) viene de muy atrás, por lo menos  desde la antigua Grecia. Ya Aristóteles, en el siglo IV a. C., se quejaba de la proliferación de ejecutantes que sustituían música por técnica. (Ojo: creo que ésta es necesaria, pero nunca puede ser un fin en sí misma.)

Opino que algunos de estos preludios son verdaderas joyas. Y la de la corona tal vez sea el que, muy probablemente, analizaré el mes próximo (sin despreciar).

  





Se trata de una forma continua, con una única parte. En cuanto a la división en compases es bastante regular[1], aunque algunas de esas divisiones, internamente, pueden resultar engañosas. Además, claro, del 6, que rompe la simetría periódica.

         8            +          6           +      4      +      4       +       4
2  +  2  +  4        2  +  2  +  2                                         2   +   2
      

La melodía está en la mano izquierda, lo que es muy poco común en la música occidental, en la que lo melódico está asociado con el registro agudo. (Chopin tiene un estudio, el Op. 25 No. 7, que también tiene la melodía en el grave.)

La mano derecha acompaña: un flujo constante de corcheas con notas repetidas y, al comienzo de cada pulso, negras que completan la armonía.

La primera frase está construida con el clásico 2 + 2 + 4. La estructura melódica de los tres segmentos es similar: sube muy rápidamente  por medio de un arpegio de cuatro semicorcheas que finaliza en una negra cada vez más aguda(o, si se quiere, menos grave) y desciende –más o menos hasta el punto en el que arrancó- con mucha mayor parsimonia. Los primeros cuatro compases están en la armonía de tónica y los primeros cinco son absolutamente diatónicos y no encontramos en ellos la sensible que, tratándose de un modo menor, tiene una alteración accidental. Esta se halla en varias ocasiones, junto a la tónica, en los cc. 6 a 8, en defensa del si menor.  Y aparece un cromatismo también contrastante con lo anterior. Esto culmina con el re- do# de ambas manos, dos notas que se han oído, juntas, varias veces en estos compases. ¿Y qué quiero escuchar inmediatamente después? Naturalmente, el si tónica.

Además, el último pulso del c. 6 y los cc. 7 y 8son el único lugar en el que se escucha la melodía en la mano derecha, una melodía que anuncia la que comienza en c. 15.

La segunda frase comienza idéntica a la primera, pero después cambia. En primer lugar, comprime los cuatro compases de tónica (¿para qué oírlo todo otra vez?) y a continuación, cuando llega a la armonía de Sol, convierte el VI grado de si menor en V de Do mayor, una tonalidad que está sólo un semitono encima de la principal. Es la napolitana, subdominante frigia del si menor. Como veremos, este intervalo juega un importante papel en el preludio. Continúa en esta frase el rápido ascenso por medio del arpegio de semicorcheas, pero en el último segmento  no hay descenso, sino que el arpegio, insistente, se repite.(La mayoría de los pianistas los toca con un matiz hacia el f que no está en el original, pero que a mi juicio se justifica.) La melodía  que se inicia en este momento, sí desciende. Y lo hace ahora con dos grupos de semicorcheas, lo que lo resalta más. La repetición del arpegio, la supresión del descenso en la melodía de la primera frase y su posterior presencia destacada no son casuales, están estrechamente relacionadas.

Esta melodía tiene una extensión de cuatro compases. Se repite con una importante diferencia: la primera vez finaliza en una cadencia rota y la segunda, en una auténtica,  un recurso utilizado muy frecuentemente, con el propósito de postergar la finalización. (Habría que agregar que en varias de las grabaciones a las que tengo acceso, el sol del bajo del c. 18 está tocado pianissimo, por lo que casi no se escucha en el último pulso del compás, de modo que adquiere mayor presencia el encadenamiento viiO – i de la mano derecha.)

Desde el final del c. 11 hasta el 14 inclusive y después, en los cc. 15, 16, 19 y 20, tiene una gran importancia melódica la nota mi, subdominante, así como en algunos de esos últimos compases, el acorde de do#, con la misma función. Son muy significativas, en ese sentido, las repeticiones del mi en los cc. 13 y 14 y también en los otros compases mencionados. La subdominante está ausente en los primeros compases del preludio.

Desde el c. 15 hasta el 21, las notas más agudas de m. d. son la# y si, sensible y tónica de la tonalidad principal. Esto no significa, claro, que los únicos acordes de este segmento  sean de función dominante y de tónica, pero sí que la tonalidad es siempre la de si menor. En realidad, todo el preludio está en esa tonalidad. El pasaje a Do mayor es sólo una tonización.

Pero hay otra cosa para señalar con respecto a estas notas. Hasta el c. 14 (con excepción de aquellos en que se escucha la melodía en la derecha) cada una de ellas (si, re, do) se repite constituyendo un “bloque” de varios compases. A partir del 15, en cambio, el la# y el si están en alternación permanente, a veces en forma sincopada, y con mayor presencia  de acordes disonantes y de notas no armónicas.

Hay elementos melódicos, alguno de la tonalidad y también el ritmo armónico que señalan diferencias entre los primeros 14 compases (excepto los cromáticos) y el resto (si se hace abstracción de los 4 últimos). Pero esas diferencias no determinan una articulación en dos partes.

Dije antes que el semitono desempeña un rol importante en el preludio. Veamos.

En los cc. 6 a 8 (e, incluso, desde el c. 5 en la melodía) se produce el mencionado cromatismo: muchísimos semitonos.  Las notas más agudas de la segunda frase de la primera parte son si y do, un semitono que presenta las dos tónicas de ese segmento. Siempre en la nota más aguda, desde el c. 15 también se oye un semitono (si-la#) que, como se señaló, se escuchará ininterrumpidamente hasta el c. 21. Y en el 22, cuando va a entrar en los últimos cuatro, sustituye  la# por la natural (un nuevo semitono entre los dos la). Casi continuamente, el medio tono nos está mostrando el camino que está siguiendo o que seguirá la música.

Y no está de más señalar la presencia de algo que a Chopin parece gustarle: las enarmonías. El mi-fa con que inicia en el c. 11 la ida a Do mayor está preparada, en el c. 8, con el mi-mi#. Y en los cc. 6 y 8 encontramos sol y sol#, y fa doble # y sol#, respectivamente.

Los últimos 4 compases vuelven a la melodía inicial, con la que se constituye una simetría, no sólo melódica, sino también en lo que se refiere a la armonía, al ritmo armónico y a la ausencia de sensible.

En el c. 22, después de siete compases en los que se oye la sensible la#, Chopin le quita la alteración y ¡le pone un acento!, indicando claramente que quiere destacar ese cambio. Deja en el oído un sorpresivo aroma modal.

Se trata de una pieza muy sencilla. Sin embargo, tiene una serie de decisiones composicionales –algunas de las cuales intenté mostrar- que evitan que esa simplicidad caiga en simpleza. Y cuando así sucede, para mí por lo menos, lo simple es una virtud.

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Chopin escribió casi exclusivamente para el piano. ¿Es esto una limitación? Pienso que sí, aunque no puedo definir en qué medida lo es.

 Opino que mucho más limitante es la fricción que se produce entre el compositor y  una parte de su público (incluyendo al que lo siguió admirando después de su muerte, incluso hasta hoy). Porque hay, para mí, al menos dos Chopin de distinta calidad. Y creo que se debe a que algunas obras representan (con mayor pureza) el sentir del compositor, mientras que otras reflejan (en cierta medida) el gusto frívolo de algunos sectores del auditorio.

Y Chopin no es el único en sufrir esta situación. Pensemos, por ejemplo, en Mozart. Muchas obras suyas muestran más el talante superficial de su público que el sello de su genio, si bien también hay que tener en cuenta el proceso de maduración del compositor (entre las obras de su último período es difícil encontrar música de baja calidad).

Pero incluso Beethoven, cuando ya el artista comienza a independizarse, y considerado el gran rebelde, escribió en 1813 (con el opus 91) nada menos que “La victoria de Wellington”, pieza indigerible pero muy famosa en su tiempo. Aunque parecería que él la despreciaba, sin embargo la escribió,  demostrando que el compositor no puede sustraerse totalmente a los requerimientos extramusicales del medio en el que opera.[2]

Hay otra crítica al polaco que nos ocupa, crítica para mí inadmisible. René Leibowitz, compositor también polaco, naturalizado francés (algo parecido a lo de Chopin), y también profesor y teórico, discípulo de Schonberg, afirmaba que era un aficionado, genial, sí, pero aficionado al fin. Y esta opinión estaba (¿está?) más o menos difundida. ¿Por qué? Me animo a aventurar una explicación.

Es bien conocida la rivalidad existente entre Francia y Alemania. Lo que para los primeros es su levedad, resulta carácter frívolo para los germanos. Lo que éstos consideran su profundidad, es un signo de pesadez para los galos. (Esto que digo es al menos lo que piensan los más radicales de los francófobos y germanófobos.) Y de ese modo se la han pasado, enzarzados en una guerra  tras otra, aunque ahora pareciera que se han reconciliado. Esperemos que así sea para siempre.

Asimismo, es sabido que, en materia musical, ha habido en Europa, un país o una región predominante en distintas épocas, y que ese “líder” ha ido cambiando. Francia, la región de los Países Bajos (mencionada con distintos nombres), Italia, Alemania se han ido sucediendo en ese lugar a lo largo de la historia. En el siglo XIX, primero Beethoven y Wagner después, ocupaban el Olimpo, sin discusión. Y, aunque en el XX (y en el XXI) la situación cambió, como la conciencia se modifica más lentamente que la realidad, la germanofilia musical siguió presente en muchos ámbitos.

Y Chopin fue (¿es?) víctima de ese proceso. La verdad es que él se constituyó en un actor bastante activo de esa lucha, por ejemplo cuando dijo algo así como que el problema de Beethoven era que había hecho de su trasero un absoluto. Pero no debemos caer  en el error romántico de identificar la obra con el autor: una obra magnífica puede ser hecha por alguien que no lo es, y viceversa. O sus opiniones pueden no estar de acuerdo con lo que compone.

Por todo lo anterior es por lo que, después de mucho tiempo, regresé a Chopin.




[1] Hace ya unos cuantos años me sorprendí al descubrir que los románticos son particularmente regulares en cuanto a la división en compases. Ellos, de quienes dicen que son los más libres, al menos hasta ese momento de la historia, permanecen, en general, dentro de la jaula métrica del 2, el 4 y el 8 y reservan la libertad para otros aspectos de su música.

[2] La verdad es que la actitud de Beethoven en estos años merecería un cuidadoso análisis que, naturalmente, no cabe en este espacio.

jueves, 20 de julio de 2017

JUAN DEL ENCINA: ANÁLISIS DE DOS VILLANCICOS

Actualmente, el villancico se relaciona casi exclusivamente con la Navidad, pero en tiempos de Juan del Encina, y durante varios siglos después, era un género popular con temáticas variadas, sólo alguna de ellas religiosa. La palabra  villancico alude simplemente a los villanos, habitantes de la villa[1].

Juan del Encina (1468 – 1529) es considerado el mayor  compositor de villancicos de su tiempo.  Fue no sólo músico, sino destacado poeta y dramaturgo (incluso lo consideran el creador del teatro español).

El villancico alterna estribillos con coplas. La letra puede ser más o menos extensa, repitiéndose el esquema de la música.

Con respecto a la ejecución de la música medieval, renacentista e incluso barroca hay un corte informativo que impide saber a ciencia cierta cómo se realizaba la interpretación, al menos ciertos aspectos de ella. Hay, entonces, versiones que pueden ser muy diferentes, más diferentes cuanto más alejadas en el tiempo sean las obras. Y, además, está el hecho de que algunos intentan reproducir con la mayor fidelidad posible la ejecución de la época y otros, no.  En el caso de estos villancicos tenemos, en cancioneros antiguos, partituras que nos indican que sona capellay a varias voces (4 y 3, respectivamente), pero se afirma que algunas eran dobladas o sustituidas por instrumentos, y  que, en ocasiones, sólo se cantaba la superior (o ninguna). Mi elección de las versiones aquí incluidas no significa una toma de partido por ningún criterio determinado.

Hoy comamos y bebamos




Esta pieza es el final de una obra de teatro, protagonizada por cuatro rústicos cuyos nombres encontramos en la letra, una égloga de antruejo, esto es, de carnaval, festividad en la que  están permitidos los excesos. Pero en este caso, el “hoy comamos y bebamos/ y cantemos y holguemos / que mañana ayunaremos” no se refiere al regreso a la frugalidad, sino a que “mañana vien la muerte”.Esta preocupación por la realidad sensible, este interés por sacarle provecho (material y no sólo) a los placeres mundanos puede bien relacionarse con el recién llegado (o inminente) Renacimiento.

El villancico comienza con un estribillo de tres versos, que contiene la totalidad de la música de la pieza. En la versión moderna de la partitura (originalmente no había compases ni las figuras eran éstas)  los compases son trece. Le sigue la copla, de cuatro versos. Para cantarlos, se repite la música (en total dieciocho compases). A continuación vuelve el estribillo (al que llaman justamente la vuelta), en el que sólo es igual el último verso (“que mañana ayunaremos”). Y así sigue, hasta agotar las estrofas del texto. El número de compases es bastante regular: 4 + 4 + 5 en el estribillo y 4 + 5 + 4 + 5 en la copla. Hay, en los finales, una extensión de un compás. Si no, la regularidad sería total.)

Es de destacar el carácter popular y moderno de este villancico; moderno en parte por popular. 

Es que la música popular española, con su intensa mezcla cultural, con su magnífico carácter mestizo,tiene una fuerza inmensa. Entre muchos otros, pensemos por ejemplo en Scarlatti (nació el mismo año que Bach y Händel) o en Falla. No son, por supuesto, mejores que algunos contemporáneos de otros lugares, sino que son distintos, y lo son, en parte por lo menos, porque bebieron profundamente en la fuente popular.

Otro factor a señalarse es el camino hacia la tonalidad funcional. La música religiosa es, por razones obvias, naturalmente conservadora. La secular, no. Y dentro de ésta, por su naturaleza no oficial, la popular tiene mayor libertad. Y es, además, más “directa”. Veamos, uno a uno, distintos aspectos de esta pieza.

La melodía es casi exclusivamente por grados conjuntos y tiene un ámbito muy reducido, apenas una 5ª. La tónica es re, pero esa nota no aparece, melódicamente, hasta el final, hasta el compás 12. El primer verso utiliza sólo las notas mi, fa, sol, ¿todavía lejos de re?; el segundo verso llega hasta el la, dominante, y es recién en el final del tercer verso que alcanza el primer grado.

A pesar de que los dos primeros acordes parecen indicar, inequívocamente, al re como tónica, el tercer acorde, al quitarle el # al do, nos pone a pensar (o a sentir). Las primeras notas largas  no destacan al re. Y llama la atención  que el sol de los cc. 2 y 4 y el primer la, en el c. 6, tienen “debajo” armonías de Do y de Fa, respectivamente. Si bien estamos en un universo modal, en el que esos grados son, digamos, normales, hay dos consideraciones que quiero hacer. 1) El Do y el Fa son dominante y tónica de la relativa mayor de re y con ella “coquetea” varias veces; 2) Aunque el do natural es la nota que corresponde al 7º grado del modo de re, en el c. 1 Encina utiliza el do#, sensible, con lo que genera una indudable tensión. (Quiero mencionar, también, que en el c.3, el único sique aparece en el villancico en algunas ediciones está  bemolizado, lo que probablemente no es original.) Volviendo a las consideraciones anteriores: me parece muy posible que el autor esté pensando en -o intuyendo- el futuro sistema mayor-menor.

También en cuanto a la armonía (es bueno recordar, como lo hicimos en el texto del mes anterior que la armonía, tal como la conocemos, aún no existía) habría que destacar la abundante presencia de los encadenamientos 5º - 1º, típicos de lo tonal funcional. Ocurren en la mayoría de los encadenamientos La – re (y re –La) y también en los de Do – Fa (y Fa – Do).

Entonces, es recién a partir del c. 8 (aunque hay todavía un Fa-Do “confundidor”) que empiezan a desaparecer las dudas sobre cuál es la nota final de descanso. Si tomamos como referencia la melodía, podríamos decir que esa definición comienza en el c. 6, pero –como se dijo- ese la (dominante de re) pertenece ahí a una armonía de Fa, precedida por una de Do. Asimismo, cabe señalar que todos los acordes aparecen completos y que, con una sola excepción, se trata de triadas en posición fundamental.

La textura es absolutamente homofónica. Y el texto siempre se presenta en forma silábica.

Lo más interesante de este villancico es, a mi juicio, el aspecto rítmico. Tiene, sin duda, un carácter vivaz, popular y dancístico, pero lo más destacable es la constante tensión entre lo ternario y lo binario, que manifiesta ya desde el segundo compás.


Ay triste que vengo



Las letras de los dos villancicos están, por supuesto, en español antiguo. Para quienes hablamos ese idioma (el español moderno), incluso cuando no entendemos alguna palabra, el significado en general resulta comprensible, salvo en un caso, por lo menos para mí. Desde que conocí la obra, hace muchos años, me pregunté, ¿qué querrá decir “maguera pastor”? Pero entonces no lo averigüé. “Maguera” es un arcaísmo que significa “aunque soy”o “a pesar de ser”. Sin embargo, en este caso particular, opino –si entiendo bien- que sería más adecuado“traducir”, “porque soy pastor”.

El carácter de este villancico es completamente  diferente al anterior, lo que es fácil deducir ya desde los nombres de ambos. Se trata, éste, del relato de un amor frustrado, de un fulminante amor a primera vista, ¿por diferencia de nivel social? Creo que sí. De ahí la insistencia en el “maguera pastor” del estribillo.

En cierto sentido, la estructura de los dos villancicos es similar. 

Uno y otro son homofónicos y silábicos.

Ambos se inician con un estribillo de tres versos que, en este caso, cubre seis compases. Sigue la copla(ocho compases; cuatro versos y también cuatro compases de melodía, que se repiten) y luego vuelven la vuelta, la copla, la vuelta… hasta que toda la letra ha sido dicha. (En este villancico se repiten dos de los tres versos del estribillo.)

Las melodías de estribillo y copla son muy parecidas. La de ésta es casi igual a la de aquél, después de haber eliminado los dos compases centrales.La diferencia más relevante, aunque en apariencia muy pequeña, es en el aspecto rítmico, como veremos casi enseguida.

En “Ay triste que vengo” hay dos arpegios descendentes (la primera vez en “…triste que vengo / vencido d’amor”) que mucho contribuyen  al carácter de la pieza.

Y lo que antes decía que es para mí la diferencia más importante entre las melodías de estribillo y copla, son, por un lado, las notas largas que “enmarcan”, destacan, en el final de aquéllos, el “maguera pastor”, asignándole un papel principal en el significado del texto.

Y por otro, en la copla, el re de mayor duración del estribillo (la primera vez en c. 4)es sustituido por dos la, que si bien forman parte de una cadencia V-i, rítmicamente nos indican que el  asunto no ha terminado, más aún con el silencio que acorta el sonido del segundo la. (Y debemos recordar que el rol de la tonalidad en ese tiempo no era el mismo que desempeñó después.)

Ambas piezas emplean sólo dos duraciones: una equivalente al pulso y otra, el doble. (Eso si consideramos negra + silencio de negra = blanca.) Creo que Encina saca gran provecho de medios tan reducidos.

Los dos villancicos juegan con  las dos posibilidades del 7º grado, aunque lo hacen de distinta manera: éste se limita a utilizar la sensible en las cadencias.

Son diferentes también en cuanto a la sonoridad armónica. Vimos que en “Hoy comamos…” todos los acordes están completos, mientras que en “Ay triste…”, se encuentran muchos unísonos (8as.) en el comienzo y el final de los versos, y también abundantes intervalos de 3ª. Los acordes completos (todos tríadas en posición fundamental) son casi menos numerosos que las sonoridades antes mencionadas.

Sin duda, el primer villancico analizado está más cerca del sistema tonal funcional que el otro (además de su carácter marcadamente popular), pero todavía falta mucho tiempo para que ocurra la sustitución de lo modal por aquél.


[1] Siempre me han llamado la atención algunas cosas del idioma. Por ejemplo, según el diccionario de la RAE y el uso común, villano es tanto el “habitador del estado llano de la villa o aldea” como alguien “ruin e indigno”, mientras que noble designa a quien “por su ilustre nacimiento o por gracia del príncipe usa algún título del reino” y también al individuo “preclaro, ilustre, generoso”.