Este blog es algo así como un gemelo de musicalculebrones.blogspot.com, el que ofrece materiales sobre historia de la música. Mi intención es alternar ambos.

viernes, 20 de septiembre de 2013

ANÁLISIS DE “EL TILO”, No. 5 DEL CICLO “VIAJE INVERNAL” DE FRANZ SCHUBERT

(Incluyo algunos párrafos de la entrega anterior, que contienen información general sobre el lied que puede resultar útil. Sigue el análisis de “El tilo”.)

El lied es un género vocal breve perteneciente a la tradición de la música germánica. Surge realmente en el siglo XVIII (Haydn y Mozart escriben lieder, pero sin demostrar mucho interés en ellos; a Beethoven ya parecen atraerle un poco más), pero su gran desarrollo es en el siglo XIX romántico. Schubert (1797-1828), que está ‘a caballo’ entre el clasicismo y el romanticismo, es quien lo transforma en un género unánimemente respetado. Es más, inventa el ciclo de lieder: una serie de piezas cuyo texto tiene un tema, incluso un argumento común.

Se trata de una canción para una sola voz, casi siempre con acompañamiento de piano, que los alemanes llaman kunstlied (lied artístico) para diferenciarlo del volkslied (lied popular), al que mucho le debe. Posteriormente, Mahler introdujo el lied sinfónico y, aunque el compositor no lo llama así,  podría decirse que Pierrot Lunaire, de Schoenberg, compuesto todavía más adelante, pero hace ya 100 años, son lieder de cámara.

Su estilo vocal está muy alejado del virtuosismo. En ese sentido, es posible considerarlo una respuesta al bel canto italiano, en el que se tiende a privilegiar al ejecutante por encima de la música. También en relación con esta característica, el lied puede asociarse con ‘la música doméstica’, es decir, con aquella que, en sus casas, como simples aficionados, practicaban los burgueses quienes, cada vez más, obtenían el derecho a disfrutar de los mismos placeres culturales a los que antes sólo tenía acceso la aristocracia. En tiempos de Schubert, la burguesía era ya, en algunos países, más poderosa que la nobleza.

Como una prueba más de que el ser humano se aferra a los conceptos aunque éstos ya no se adecuen a la realidad (o, incluso, aunque nunca se hayan adecuado), todavía hay quienes se refieren al ABA como la forma lied, aunque muchísimos de ellos tengan otra estructura. Produce una inútil confusión.

En este género, los textos adquieren singular importancia. Como consecuencia de ello se emplean, con mucha frecuencia, los de los más grandes poetas. En sus más de 600 lieder, Schubert utilizó, por ejemplo, a Goethe[1], Schiller, Heine, Novalis…, pero también a otros menos famosos. Los dos ciclos que compuso (La bella molinera y Viaje Invernal)[2] tienen textos de un poeta menor (Wilhelm Müller), al que probablemente conocemos sólo porque Franz se fijó en él.

“Viaje invernal”, compuesta en 1827, un año antes de la muerte del compositor, puede ser considerada una producción de madurez, aunque no debemos olvidar que, simultáneamente, es de juventud, porque el autor murió a los 31.

“El tilo” fue, al parecer, la única canción del ciclo que gustó a los asistentes al estreno[3]  de la obra, cantada por Franz (los 24 lieder) en la mansión de su amigo von Schober, según el testimonio de un asistente al evento. Schubert, en cambio, opinó que estas piezas eran de lo mejor que había compuesto (con lo que estoy plenamente de acuerdo).

Gustó la primera vez y sigue gustando: es de lo más famoso y apreciado del autor.








El texto dice:

Junto a la fuente, ante el portal,
Se yergue un tilo.
Bajo su sombra, muchas veces,
He tenido dulces sueños.

En su corteza he grabado
Más de una palabra de amor.
En mis penas y alegrías
He corrido hacia él.

Hoy pasé a su lado
En la noche profunda;
En medio de la oscuridad
He cerrado mis ojos.

Y sus ramas susurraban
Como queriéndome llamar:
“Ven aquí, amigo mío,
Aquí encontrarás la paz.”

El frío viento soplaba
Directamente en mi rostro.
El sombrero voló de mi cabeza,
Pero no me devolví.

Aunque ya muchas horas
Me separan del lugar
Aún escucho ese susurro:
“Allí encontrarías la paz.”

La forma es AABA.



(En B, armonía y melodía no coinciden exactamente.)

Paz es la palabra clave del texto. El poeta la reitera y con ella finaliza el poema: se trata de lo que ofrece el árbol. Y es, también, lo que nos brinda la melodía de Schubert. Durante la mayor parte del lied escuchamos un canto sencillo, muy expresivo, nunca obvio, apoyado casi sólo en las armonías de tónica y dominante. Absolutamente pacífico.

Pero no sólo paz nos sugiere la música. Hay también un ‘ambiente’ agitado, a veces cromático, que corresponde, digamos,  a los aspectos negativos del texto: En mis penas y alegrías / he corrido hacia él y, especialmente, El frío viento soplaba / directamente en mi rostro. / El sombrero voló de mi cabeza, / pero no me devolví.  Este pasaje en que el viento le arranca el sombrero y  no se vuelve a recogerlo es la parte más contrastante de la canción, el único fragmento en que el canto realmente se opone a la pacífica melodía anterior (y siguiente).

Este material, caracterizado por los tresillos de semicorcheas en el acompañamiento, lo encontramos en varios momentos: como introducción (c. 1 a 8);  como introducción al segundo A –o, si se quiere, como  interludio -, ahora en modo menor (c. 25 a 28); en toda la contrastante parte B, (c. 45 a 58), el único lugar en que se escucha al mismo tiempo que el canto y, al final, en la coda (c. 77 a 82).

En los primeros cuatro compases de la introducción se establece sólidamente la tonalidad principal, Mi mayor, con la alternancia de las armonías de tónica y dominante. Además, la melodía que surge de los primeros tresillos está construida (de un modo bastante particular) sobre el arpegio de tónica.

   
En los dos siguientes, Schubert toniza la relativa menor y la subdominante sustituta. Y  en los dos finales regresa a Mi mayor.

En el campo de la armonía hay, sin embargo, una peculiaridad. Todos los tresillos de semicorcheas están construidos con 6as. paralelas, intervalos ‘suaves’, que el autor contrasta –sobre todo cuando frena el impulso rítmico- con algunas 5as. vacías, intervalos ‘duros’. De ese modo introduce una conveniente variación de la sonoridad armónica.

Contribuye a la (relativa) tensión que provoca este ‘ambiente’ el hecho de que su melodía esté ubicada en la segunda semicorchea de cada tresillo, desplazada con relación a la métrica.  

Además, ya en el segundo compás (y en varios otros lugares a lo largo de la canción) nos encontramos con el movimiento descendente do#-si, algo así como el emblema del modo mayor en la pieza, y que en su transcurso se va a enfrentar al del modo menor, do-si.

Los tresillos desencadenan mucha energía, que el autor contiene ya en el segundo compás, pero enseguida, con impulso renovado, regresa a las seis semicorcheas por pulso, ahora durante tres compases y medio, lo que le obliga a que el freno sea más prolongado.

Después de estos primeros ocho compases comienza la melodía sosegada. Estamos entonces ante un (pequeño) conflicto agitación-calma, al que pronto se agregará el de los modos mayor y menor. Y, más adelante, cuando lleguemos a la parte B, encontraremos el pleito más grande, ahora sí entre la tranquilidad y la turbulencia, entre el tronco en el que se graban palabras de amor y el viento helado que arrebata sombreros.

Schubert hace uso de una forma arcaica de escritura: emplea el saltillo (corchea con puntillo y semicorchea) en vez del tresillo irregular (negra y corchea). La división ternaria, mucho más suave, se adecua al carácter de la melodía de A (por ejemplo en los c. 18 y 22), pero en la parte B (por ejemplo en el c. 48), el saltillo es realmente un saltillo. En el primer caso, entonces, lo que está escrito no corresponde a lo que suena, en el otro, sí. En esta (y en otras) piezas de Schubert:

Lo anterior es una de las tantas pruebas de que la escritura musical es únicamente una aproximación a la ‘verdad’ que, además, es siempre una verdad a medias.

La estructura de la melodía principal, que se escucha por primera vez entre los c. 9 y 24, es sumamente regular. Se trata de dos períodos, 4 frases de 4 compases cada una, idénticas la primera y la segunda; diferenciadas las otras dos entre sí sólo al final, porque la primera  queda abierta en la dominante, mientras que la última se cierra en la tónica. Desde el punto de vista interválico, la semifrase inicial de las primeras dos frases consiste en un arpegio, seguido de  un movimiento por grados conjuntos en la segunda. En tanto que el otro período es al revés: primera semifrase por escala y la segunda con predominio de arpegios. Todas ellas son rigurosamente de 2 compases. Ninguna sorpresa, pero mucha expresividad.

El segundo A introduce otro elemento de contraste: el modo menor. Después de repetir la introducción, reducida a cuatro compases en los que sólo aparecen las armonías de tónica y dominante en el nuevo modo, nos encontramos con la melodía principal en toda su extensión; la primera mitad en menor, la segunda, de regreso al modo mayor.

Y existen algunas otras diferencias: no están los acordes de IV y V/V que se escuchaban en el primer A (todo se reduce ahora a las armonías de I y V) y se producen cambios en la figuración del acompañamiento: si en los c. 9 a 24 predominaban los acordes, ahora tenemos una abundante presencia de arpegios. En la mayor parte de la sección, ambas manos tocan las mismas notas a una 8ª de distancia.[4]

Llegamos entonces a B, en donde se aúnan los elementos contrastantes: los ya conocidos (‘ambiente’ agitado,  modo menor) y otros nuevos (omnipresencia del semitono descendente do-si; indefinición tonal; modificación del carácter melódico, que se hace menos fluido, cercano a un recitativo; mayor cromatismo).

Desde el c. 45 hasta el 58 sólo escuchamos do-si en el bajo. La única excepción son los fa#  y re# (de los c. 46 y 48) que, junto al si forman, precisamente, el arpegio mayor de esta última nota.

En esos catorce compases no hay ninguna tónica. Pese al pronunciado contraste con lo que se ha oído antes, nos mantenemos en  mi, en las armonías de V y VI grado de esa tonalidad.

El canto está en lo mismo. Desde el c. 45 al 49, la armonía implícita de la melodía siempre es, en forma alternada, Si o Do. A partir del 50 hasta el 53 (en que el cantante se calla) abandona la intermediación armónica y las únicas notas que allí se escuchan son do y si. Esta sólida estructura de las voces extremas está enturbiada (pero no negada) por los tresillos de semicorcheas, que se encuentran en el registro medio. Nos sugieren otros destinos tonales, extreman el cromatismo  pero, en definitiva, culminan en un acorde de V7 de Mi, que nos conduce al último A.

Que comienza directamente con el canto, sin introducción. El material de ésta queda reservado para la coda.

Esta tercera presentación de A es muy parecida a la anterior, pero tiene dos compases más, de carácter cadencial; el acompañamiento transcurre en un registro un poco más agudo, y se hace más densa en los últimos compases.

Aunque este lied y el analizado el mes anterior son muy diferentes, es posible encontrar algunas similitudes entre ambos.

- En los dos encontramos un uso estructural de las notas ubicadas en el 6º y el 5º grado de la escala. En “Soledad”, el lied analizado anteriormente, Schubert jugaba exclusivamente con el semitono que se halla en ese lugar en el modo menor; en “El tilo” hay un ‘enfrentamiento’ entre los sonidos de esos grados en los dos modos, aunque insiste –en la parte más dramática de la pieza- en el semitono do-si.    

- En ambos, la estructura formal de la melodía de A es la misma. En los dos casos hallamos 4 frases (diatónicas) de 4 compases cada una, en las que la segunda y la cuarta son iguales a la primera y la tercera, respectivamente. Se trata, además, de los momentos más líricos de las piezas.

- B, en cambio, es mucho más dramática. Algunas de las formas en que obtiene esa característica son:
 
   . El cromatismo, que contrasta con el (casi absoluto) diatonismo de A;

   . El carácter de las melodías, mucho menos fluidas que las de la otra parte;

   . El planteamiento tonal. En ninguno de los dos lieder opone otra tonalidad a la    
     principal. En “Soledad” realiza una fugaz modulación y algunas tonizaciones,
     para finalizar regresando a la principal; en “El tilo” nunca se va del Mi
     en que se encuentra la canción, pero evita la tónica durante muchos compases. En
     ambos existe, entonces, contraste entre un A absolutamente simple y definido
     desde el punto de vista tonal y un B que, en ese aspecto, se muestra indeciso (y
     oscuro).

(Para terminar, quiero hacerme una pregunta. Antes de componer este lied, ¿habrá bebido Schubert una infusión de la malvácea tranquilizante que le da el nombre? ¡Ah! Acaba de ocurrírseme. Tal vez algún historiador de esos que, según la tradición romántica, siempre busca una explicación extramusical para todo lo que sucede en la música, pueda darme información al respecto.)




[1] En una oportunidad, los amigos de Franz enviaron por correo algunos de sus lieder al gran escritor. El paquete fue devuelto sin abrir. El compositor, en vida, fue un desconocido.  Sólo al final se le comenzó a considerar, pero poco. Nunca vivió de la música.

[2] El otro ciclo que se le atribuye (El canto del cisne) es una reunión posterior de algunos de sus lieder.

[3] Muchas de las obras de Schubert fueron dadas a conocer en reuniones sociales organizadas por sus amigos, que recibían el nombre de schuberteadas. En ellas, Franz tocaba y cantaba; después se comía, bebía y conversaba hasta altas horas de la madrugada.

[4] Schubert fue, ante todo, un excelente melodista, y tiene grandes aciertos armónicos en algunas de sus obras. Pero era plenamente consciente de sus deficiencias en el contrapunto. Poco tiempo antes de morir, en un momento en que creyó estar curado de la sífilis que acabó con su vida, decidió dedicar tiempo a su estudio. 

martes, 20 de agosto de 2013

SCHUBERT: ANÁLISIS DE “SOLEDAD”, No. 12 DEL CICLO “VIAJE INVERNAL”

El lied es un género vocal breve perteneciente a la tradición de la música germánica. Surge realmente en el siglo XVIII (Haydn y Mozart escriben lieder, pero sin demostrar mucho interés en ellos; a Beethoven ya parecen atraerle un poco más), pero su gran desarrollo es en el siglo XIX romántico. Schubert (1797-1828), que está ‘a caballo’ entre el clasicismo y el romanticismo, es quien lo transforma en un género unánimemente respetado. Es más, inventa el ciclo de lieder: una serie de piezas cuyo texto tiene un tema, incluso un argumento común.

Se trata de una canción para una sola voz, casi siempre con acompañamiento de piano, que los alemanes llaman kunstlied (lied artístico) para diferenciarlo del volkslied (lied popular), al que mucho le debe. Posteriormente, Mahler introdujo el lied sinfónico y, aunque el compositor no lo llama así,  podría decirse que Pierrot Lunaire, de Schoenberg, compuesto todavía más adelante, pero hace ya 100 años, son lieder de cámara.

Su estilo vocal está muy alejado del virtuosismo. En ese sentido, es posible considerarlo una respuesta al bel canto italiano, en el que se tiende a privilegiar al ejecutante por encima de la música. También en relación con esta característica, el lied puede asociarse con ‘la música doméstica’, es decir, con aquella que, en sus casas, como simples aficionados, practicaban los burgueses quienes, cada vez más, obtenían el derecho a disfrutar de los mismos placeres culturales a los que antes sólo tenía acceso la aristocracia. En tiempos de Schubert, la burguesía era ya, en algunos países, más poderosa que la nobleza.

Como una prueba más de que el ser humano se aferra a los conceptos aunque éstos ya no se adecuen a la realidad (o, incluso, aunque nunca se hayan adecuado), todavía hay quienes se refieren al ABA como la forma lied, aunque muchísimos de ellos tengan otra estructura. Produce una inútil confusión.

En este género, los textos adquieren singular importancia. Como consecuencia de ello se emplean, con mucha frecuencia, los de los más grandes poetas. En sus más de 600 lieder, Schubert utilizó, por ejemplo, a Goethe[1], Schiller, Heine, Novalis…, pero también a otros menos famosos. Los dos ciclos que compuso (La bella molinera y Viaje Invernal)[2] tienen textos de un poeta menor (Wilhelm Müller), al que probablemente conocemos sólo porque Franz se fijó en él.

Viaje Invernal, al que pertenece Soledad, que analizaremos a continuación, es una obra tardía del compositor, escrita en 1827, un año antes de su muerte. (Conviene recordar que estas composiciones tardías son al mismo tiempo de juventud, porque Schubert murió a los 31 años.) Según un contemporáneo, que asistió al estreno en casa de Franz von Schober[3], a los presentes les gustó sólo uno de los veinticuatro lieder, que el compositor cantó en su totalidad, para opinar después (el autor), que era de lo mejor que había escrito (opinión que comparto).





Incluyo una traducción casera del poema, pero que sirve para establecer relación entre el significado del texto y lo que la música expresa:

Como una nube oscura
Que atraviesa el cielo claro
Cuando una tímida brisa
Mece las copas de los abetos.

Voy por mi camino
Apenas arrastrándome.
Paso por  la vida, que es brillante y gozosa,
Solitario, sin que nadie me salude.

¡Ah!, está tan calmo el aire
¡Ah!, es tan luminoso el mundo.
Cuando aún rugían las tormentas
Yo no era tan desdichado como ahora.

Música y palabra tienen una larga historia de tensiones y reconciliaciones, de encuentros amigables, hasta amorosos, y menosprecios radicales, que parece haberse resuelto a favor de la primera[4], al punto de que todos –y por supuesto me incluyo- escuchamos muchas obras, no sólo sin entender el texto (lo cual es comprensible, porque nadie es políglota universal), sino sin preocuparnos por ello, como si la música fuera todopoderosa, como si las palabras no pudieran aportar nada al resultado. Se trata, a mi juicio, de un pecado tan grave como difícil de solucionar.

Vuelvo al texto de Soledad.

El poema tiene tres estrofas. En razón de las proporciones, Schubert repite la última.

Las primeras dos describen la contradicción entre una atractiva realidad exterior (‘vida brillante y gozosa’) y la situación del protagonista, que está completamente solo y avanza dificultosamente por la vida. La tercera, (que en el lied es también la cuarta) mantiene la oposición entre mundo e individuo, pero agrega un elemento nuevo: el sentimiento de ser desventurado. Nos introduce, entonces, en la realidad interior del personaje.

En concordancia con esto, el autor expone dos ambientes marcadamente distintos. La primera mitad, muy calma, expresa la soledad, e incluso se atreve a sugerir la contrastante luminosidad de la vida. La segunda, en cambio, se oscurece y agita, en total oposición con la anterior: nos está hablando de la desdicha. Así, por lo menos, lo percibo yo.

La forma es una binaria simple.


(La división en compases no siempre es exacta porque, en algunos casos, un fragmento finaliza cuando ya ha comenzado el siguiente.)

La introducción está construida con los mismos elementos de a), que es una continuación de aquélla; ambas comparten ciertas particularidades: la poca presencia o, incluso, la inexistencia de la dominante, la quietud armónica, las 5as. vacías, el frecuente uso del movimiento semitonal fa#-sol-fa#.

En esos primeros seis compases hay sólo dos breves apariciones de la dominante, las dos en la armonía de la# disminuido, 7º grado, acorde sustituto, naturalmente más débil que el titular. Se encuentran muchos fa# (5º grado), pero siempre como parte del acorde de si menor,  dependientes de la tónica, nunca como fundamentales. Y en los 8 compases siguientes – la sección (a)-  no hay ninguna dominante. Sólo hallamos 1er. y 2º grado, tónica y subdominante sustituta. En los primeros 14 compases, 11 corresponden a la tónica en posición fundamental. Y la única nota que aparece en el bajo, en los 14, es el si, o sea que, incluso cuando cambia de armonía, elige la casi inmovilidad: el acorde de 2º grado 7ª está siempre en 3ª  inversión.

La 5ª  y las 6as.vacías, intervalos muy frecuentes en estos primeros 14 compasas (los únicos de mano izquierda), producen un efecto de desnudez, de soledad. Prueben si no de rellenarlos con las notas faltantes de los acordes correspondientes y se sentirán acompañados.

En todo el lied encontramos el semitono sol-fa# (es en su forma descendente que más se destaca), con funciones distintas. En la parte que estamos analizando se trata del ‘famoso’ semitono 6º - 5º grado en modo menor, del que hemos hablado varias veces en este blog, intervalo particularmente expresivo.

Aparece reiteradamente en la mano izquierda del piano, siempre como el fracasado intento de la nota superior de liberarse del poder gravitacional de la 5ª fa#-si.

Y también con insistencia en el canto, dentro de una melodía que establece como centros de atracción la dominante y la tónica, bordadas por sus notas inmediatas (menos el la).

La melodía de a) tiene dos ejes (fa# y do#), pero la estructura melódica es fa#-si (las dos frases empiezan y terminan en fa#, mientras que 1ª y 3ª semifrases finalizan, y 2ª y 4ª comienzan, en si). El la, que en esta tonalidad aparece normalmente # para ser sensible (función dominante), es sistemáticamente evitado. Si lo escucháramos, desaparecería el contraste que Schubert establece entre a) y b), que consiste, justamente, en reservar la armonía de dominante para esta última sección.


El fa#, como fundamental del acorde, aparece por primera vez en el c. 15. Inmediatamente, además, la voz canta un arpegio de V7 (y en toda la sección predomina la dominante). Entonces, después de 14 sombríos compases con armonías menores y disminuidas, ‘sale el sol’, vemos el cielo despejado de ‘la vida brillante y gozosa’. Y todo b), pese a ciertos elementos, resulta más optimista.

La tensión la mantiene el semitono, que será un intervalo muy importante a lo largo de toda la pieza (empieza a serlo en el c. 3); aparece constantemente en b), tanto en la voz como en el acompañamiento. En éste lo encontramos en varias apoyaturas y, finalmente, incluyendo un mi# que, como se verá, desempeña también un papel relevante en el lied.

La parte A finaliza con un arpegio y un acorde de dominante sin resolución. En su lugar, Schubert hace un encadenamiento cromático (otra vez el semitono) que inicia la segunda parte, profundamente dramática, con una muy breve modulación a La (acorde mayor de tónica de la tonalidad pero, enseguida, escuchamos el 6º grado de la escala menor). A continuación, y después de una indecisión momentánea, pasa por Sol (m-M), por Do mayor (tonización a la que volveremos) y regresa finalmente a la tonalidad principal, si menor, proceso que repite después, casi idéntico, antes de terminar.  


Todos los elementos de B contrastan con lo que hemos escuchado antes: lo armónico-tonal, estable y diatónico en la primera parte, se hace inestable y cromático en la segunda; el ritmo, que en A estaba conformado por pacíficas corcheas, se torna sorpresivamente agresivo y muy variable,  a lo que contribuye también la dinámica; el canto, que fluía suavemente y sin interrupciones, es en B entrecortado y más un recitativo que una melodía; se producen varios ‘juegos de luces’ entre el modo mayor y el menor (el ya mencionado La en los c. 24 a 28 y nuevamente en 38 a 40; el Sol  en c. 29-30, otra vez en c.41-42 y antes en c. 35-36), etc.

Vale la pena detenerse en el comienzo de la segunda parte. Después de dos compases con armonía de dominante, que no resuelve, arranca un violento trémolo de 7ª disminuida con dinámica f (y más), que sí desemboca en la nueva tónica, mayor (con matiz p). De seguido escuchamos el semitono 6º- 5º en la misma tonalidad, pero ahora con las notas del modo menor y dinámica fp. A todos los ingredientes dramáticos señalados se agrega el contraste de densidad: después de dos compases de acordes a cuatro voces nos encontramos con ese intenso semitono descendente solo, ‘pelado’, a una sola voz.


Resulta interesante, también, establecer relación con el texto. Se dijo que esta estrofa es la más dramática, porque muestra no sólo la contradicción mundo-individuo, sino que pone al descubierto los sentimientos de éste. Sin embargo, Schubert no musicaliza ‘literalmente’, sino que lo hace a partir del sentido global del texto. En el momento en que lanza toda la artillería dramática, el poema nos habla de la calma del aire y de su luminosidad. Parece una contradicción, pero el ambiente de esta parte de la música es anunciador, nos está preparando para lo que vendrá inmediatamente: la gran desdicha, que se menciona en el último verso de la estrofa.

Y en este último verso la música se calma (relativamente), lo que tiene poderosas razones musicales: las secciones anteriores – c) y d)- han generado tanta energía que, antes del final, se hace necesaria una adecuada compensación. Y también podría pensarse que, como en ese momento regresa el semitono ‘principal’ de la pieza (sol-fa#) y en una función, digamos, más compleja, se requiere mayor serenidad para que pueda ser bien apreciado.

En esta última sección de B, a la que hemos llamado e), reaparece el semitono sol-fa#, ahora en el bajo -ya desde d), pero es aquí donde cumple su nueva tarea-. El sol  actúa como dominante de Do mayor, que está en relación ‘napolitana’ con si, la tonalidad principal, a la que debe regresar pronto porque el final se acerca. Entonces fa, 7ª de la armonía de sol V7, se transforma en mi# y modifica sustancialmente su comportamiento.


 Estamos ante dos acordes enarmónicos que nos llevan a muy diferentes destinos. El primero, obviamente, a la tónica Do mayor; el otro, a la dominante de si. Y, entonces,  sin ningún esfuerzo, pasamos de una tonalidad a otra. Ambas tienen una relación dramática muy intensa, debido al semitono descendente (en este caso do-si) que separa a las tónicas.

El semitono, en especial pero no sólo el que desciende, desempeña un papel muy importante en el lied. Repasémoslo. El más relevante es sol-fa# [durante toda la introducción y a) y, después, en la sección e), c. 29 a 33 y 41 a 45], pero también se escuchan, con la misma ubicación en la escala [6º-5º] y en momentos muy especiales de la pieza, fa-mi [c. 25, 27 y 39] y mib-re [c. 37]; se debe mencionar, por supuesto, la relación tonal ‘napolitana’ Do-si, además de varios otros semitonos en la sección b), y los pasajes cromáticos, tanto armónicos como melódicos, que hallamos en B. Merecen, asimismo, un lugar destacado en esta enumeración los semitonos ascendentes mi-mi# y mi#-fa#, a cuya importancia acabo de referirme.

Para finalizar, el autor incluye una brevísima coda, extensión de la tónica que, además de retrotraernos al material de la introducción, opera como definitivo freno para la energía generada en B.

Sus lieder demuestran que Schubert tenía un profundo sentido dramático. Sin embargo, sus óperas no se ejecutan. Dicen que por la mala calidad de los libretos. ¿Será sólo por eso o influirá también que el compositor no poseía (o aún no había desarrollado) un dramatismo de largo aliento o suficiente dominio de las grandes formas? La mayoría de sus sinfonías pueden dar pistas al respecto. 





[1] En una oportunidad, los amigos de Franz enviaron por correo algunos de sus lieder al gran escritor. El paquete fue devuelto sin abrir. El compositor, en vida, fue un desconocido.  Sólo al final se le comenzó a considerar, pero poco. Nunca vivió de la música.

[2] El otro ciclo que se le atribuye (El canto del cisne) es una reunión posterior de algunos de sus lieder.

[3] Sueco de padres austríacos, perteneciente a la nobleza, amigo íntimo de Schubert, actor y poeta, autor del libreto de su ópera Alfonso y Estrella. El músico vivió un tiempo en su mansión.

[4] En las dos primeras entregas del año 2012 en el blog MUSICALCULEBRONES, el tema central es, justamente, la relación entre música y palabra.

jueves, 18 de julio de 2013

MAZURCA DE CHOPIN Op. 63 No. 3: ANÁLISIS

(Incluyo nuevamente la introducción sobre la mazurca en general, que aparece en las entregas anteriores. Sigue el análisis de la Op. 63 No. 3.)

La música europea, fundamentalmente a partir del siglo XVII, ha estado alimentándose  de danzas provenientes de sus distintas regiones. En los salones las bailó y  muchas veces fueron estilizadas, transformándose en música sólo para escuchar. La suite barroca es justamente eso: una serie de piezas, casi todas danzas, instrumentales no bailables.
 
La mazurca, de origen polaco, penetró tardíamente en la Europa occidental, apenas en el siglo XIX, y no podemos encontrarla entonces en la suite barroca (como sí hallamos  la polonesa). Tuvo gran éxito en los salones en la segunda mitad de ese siglo.

Muchas  danzas del viejo continente –la mazurca, el minué, la polca, el vals, etc.- se trasladaron a, y arraigaron en Latinoamérica,  donde adquirieron características propias. Incluso algunas de ellas –como, por ejemplo, la zarabanda y la chacona- regresaron a Europa transformadas.

La métrica de la danza que nos ocupa hoy es ternaria, casi siempre 3/4, aunque a veces se escribe en 3/8. Son característicos sus acentos desplazados al 2o.y al 3er. pulso. El tempo es relativamente variable.

Chopin es el verdadero responsable de la estilización de la mazurca. Utiliza, en realidad, tres tipos -mazur, kujawiak y oberek- que combina libremente, otorgándoles muchas veces una complejidad ausente en las de sus predecesores.

Las mazurcas no son las piezas de Chopin más apreciadas por los oyentes. Sin embargo, entre la numerosa producción romántica inspirada en música popular o folclórica constituyen algo excepcional, avanzadísimo, que anuncia lo que hará Debussy con la música española o, más adelante, Bartók con la de Europa oriental. No se trata aquí de ‘decorar’ las obras con melodías o ritmos ajenos a la academia, de ‘refrescar’ la música con elementos exóticos, sino de experimentar nuevas sonoridades, de incorporar estos ingredientes, viejos y al mismo tiempo novedosos, que están fuera de las tradiciones          predominantes en Europa, a los aspectos esenciales de la música de una manera original y profunda.

Es interesante echar un vistazo a este bucear de la música europea en el venero del pueblo, sobre todo a partir del siglo XIX. Coincide, claro está, con el surgir de los nacionalismos, pero no es a eso a lo que me quiero referir. Durante la Edad Media y el Renacimiento, la música de Europa fue lo que se ha llamado modal. Se construyó a partir de varios grupos de sonidos, los modos, cada uno de ellos con su sonoridad característica.  En el período barroco, definitivamente en el barroco tardío, se llegó al sistema tonal funcional, que incluye sólo los modos mayor y menor. Pero los otros no desaparecieron. Varios quedaron relegados a su uso por el pueblo, sobre todo en los países periféricos[1]. Y es a ellos que recurrieron los compositores cuando sintieron que sus medios podían empezar a agotarse o, simplemente, cuando querían renovar su sonoridad, por motivos musicales, ideológicos o de cualquier otra índole. Muy adecuada, en esta oportunidad,  la famosa frase de Verdi: “Retorna a lo antiguo y serás moderno”.





Esta es de las que más me gusta y creo que su relación con la mazurca popular es mucho más sutil que la de las analizadas anteriormente. Puede deberse a que pertenece a un opus muy posterior, compuesta por un Chopin más maduro, que andaba en otras búsquedas. Tiene, además, muchas cosas dignas de analizar.

La forma es binaria redondeada y la primera parte es también binaria pero, en este caso, binaria simple, sin regreso al material inicial.



Aunque los números de compases que expongo en el gráfico muestran una gran regularidad, con la casi constante presencia del 2, el 4 y sus múltiplos, la realidad (como ocurre frecuentemente en la buena música) depende del o de los parámetros que se consideren. (Hay algunos lugares en los que la división es bastante discutible.)

 Desde el punto de vista armónico, el primer período, los primeros dieciséis compases, son dos frases de ocho. Pero si analizamos la melodía nos encontramos con algo distinto. La primera célula melódica de la mazurca (mi-la-sol#) se convierte, en los c. 8 y 9 en si-la-sol# (y antes en do#-si#-re#, re#-do#-mi, etc., que tendrá gran relevancia y nuevo significado, modificando uno de los intervalos, en la segunda parte y en la coda; en los casos que estamos analizando ahora tiene una nota más, anterior, que desaparece en otros pasajes). La célula si-la-sol# tendrá también bastante importancia en la segunda parte de la pieza y ya en estas primeras apariciones cumple dos funciones distintas: en la inicial comienza el movimiento melódico; en la otra, finaliza el de la misma frase, quitándole esas tres notas a la melodía que va a recomenzar (2ª frase), por lo cual ésta se reduce. (El ritmo de la célula es, con una sola excepción, dos corcheas y negra.)



Pero el asunto no queda ahí. Las últimas cinco corcheas del c. 16 (final de la 2ª  frase)  pertenecen, melódica y rítmicamente, al período que sigue. En consecuencia, afectada por la voracidad de las frases que la rodean, la segunda, en ciertos aspectos y para beneficio del resultado, se escucha con un compás menos: lo regular, más interesante si es irregular.


Lo anterior es sólo un ejemplo. En la segunda parte hay varios momentos en que  las fronteras se difuminan. Y más aún en la coda.

Desde el punto de vista de la melodía, el material a) tiene la tradicional estructura 2 + 2 + 4 compases. La primera semifrase se compone de 2 + 2, pero en la segunda desaparece el ‘hiato’ intermedio y la semifrase siguiente se comporta como una sola unidad. Lo mismo sucede con la segunda frase del período a).

El núcleo melódico de ese período está representado por las notas cuatro a ocho, cuyo diseño aparece continuamente repetido, a distintas alturas, en esos dieciséis compases (y reaparecerá, del mismo modo, en la segunda sección de la parte B y en la coda).


Sus cuatro primeras notas mantienen constante el diseño; la quinta, cambia: sube cuando lo hace la melodía y desciende cuando ésta baja. Pese a la escasa variedad de los elementos que la constituyen, lo último que se me ocurriría decir de esta melodía es que es monótona.

Cada una de las dos frases de la sección a) es un único gesto melódico ascendente-descendente. La segunda, empleando los mismos recursos, expande lo propuesto por la anterior y termina una 8ª más arriba que ésta.

La melodía de la sección b) es muy diferente. El gesto es la mitad de extenso que el de la sección a). Las cuatro semifrases que forman sus dos frases comienzan de la misma manera y la primera y la tercera son idénticas.  En estas dos se produce un movimiento descendente de tres compases y un rápido ascenso de un solo compás que ‘huele’ intensamente a transición.

Ambas frases finalizan (c. 23-24 y 31-32) con el mismo diseño melódico, muy conclusivo, con que terminan la 2ª parte y la coda, es decir, con que finaliza la pieza. Y en el caso de la segunda no se trata sólo del diseño: son las mismas notas en la tonalidad principal. De este modo, Chopin une  los materiales de las secciones a) y b) de A.

La 2ª parte se inicia con una sección en la que  las dos primeras frases (c. 33-36 y 37-40) se encuentran en la misma tonalidad de la mazurca, pero ahora en modo mayor (escritas enarmónicamente). Pese a la movilidad de la melodía, su estructura  puede reducirse a mib-reb (re#-do#). Esta quietud estructural constituye un fuerte contraste con lo anteriormente mostrado por la melodía.

Las otras dos frases de esta sección de la segunda parte nos llevan a la subdominante de la tonalidad principal. En la siguiente sección volvemos al material inicial, de nuevo en la tónica menor con #.

Reaparece entonces, varias veces, la célula si-la-sol#, pero ahora con distinta significación. Por un lado llena los huecos que había en la melodía en la primera parte y, por otro, cumple a mi juicio una función más relevante: la de destacar la nota sol#, que ha estado compitiendo con el do# a lo largo de buena parte de la mazurca para constituirse en el sonido más importante de la misma y que, por este medio, intenta consolidar su liderazgo.

Cuando parecería que puede conseguir su objetivo, Chopin le hace, en el compás 60, una sorpresiva trampa: le pone un # al mi, transformándolo en la sensible de fa#, la subdominante de la principal tónica e iniciando un movimiento cadencial que nos lleva, entre otras cosas, a otorgar al do# el título de nota más importante de la pieza (por algo es la tonalidad principal de la mazurca).

Este proceso se refuerza por la insistencia en la célula de la que hemos estado hablando, ahora en una nueva presentación.  Hemos visto que en el c. 4 aparece con las notas re-do#-mi y que, en el 60, el autor la modifica tonizando la subdominante (re-do#-mi#). Pues bien, en los compases que siguen el re-do# queda fijo,  mientras la última nota va subiendo cada vez más en un crescendo que nos lleva hasta el do# dos líneas adicionales encima del pentagrama de clave de sol, que consideraríamos el clímax de la pieza si ésta finalizara en esa frase, si no estuviera todavía la coda.


Esta es, a mi juicio, tan insólita como magnífica. Se trata de un canon a la 8ª y a sólo una negra de distancia, usando como dux, en forma casi idéntica,  los últimos doce compases de la segunda parte.[2] Además de su función de densificar el final, la otra gran diferencia está en que el ascenso al do# agudo se produce una 8ª más arriba. Llegamos entonces sí al clímax, casi al final, como les gustaba a los románticos. Chopin intensifica el efecto de este sobreagudo ubicando la mano derecha de los compases siguientes, los dos últimos,  entre tres y cuatro 8as. más abajo, una distancia abismal.

Hay, a lo largo de toda la mazurca, un uso prudente pero muy expresivo de un cromatismo melódico ‘a distancia’. Por ejemplo: fa doble # en c. 6 y fa# en el 7, la# y la en los c. 14 y 15, respectivamente, si# y si en el 18, etc. Es particularmente interesante el que se produce en el c. 36 (igual que en los c. 39 y 44), en donde la melodía hace, intensificando el segundo grado con una fugaz ‘sensible’, un  vano intento de no ‘morir’ en la tónica.


Cuando se acerca a los clímax (c. 60 a 62 y 72 a 74) se produce otro ascenso cromático, con una fuerte significación armónica (en ambos casos está, además, en un proceso cadencial): (re#-mi)-mi#-fa#-fa doble #-(  ) sol#-(do#).


El mi#, como se dijo, sensibiliza la subdominante, y el fa doble #, la dominante. (Volveré sobre esta última nota.)

También en la mano izquierda se producen algunos movimientos cromáticos: en el puente entre las dos partes (c. 32 y 33) hay un desplazamiento mayoritariamente cromático que llega hasta el mib, y que se inicia con la célula si-la-sol# (ahora escrito lab).


(Otros pasajes cromáticos de la mano izquierda serán analizados más adelante.)

Tonalmente, esta mazurca inicia en la tónica principal (do# menor), va después a la relativa mayor (Mi mayor), y luego de un breve regreso a la tónica se dirige a la dominante (sol# menor); la parte A finaliza nuevamente en do# menor.

B continúa en la tónica principal, pero ahora en modo mayor y con escritura enarmónica (Reb), simplemente para facilitar la lectura: es preferible leer con 5 b que con 7 #. La primera sección de B se traslada a la subdominante (Solb mayor) y vuelve, ya en la siguiente sección, a la tónica principal, otra vez en modo menor (do#).

i – III – v – i ][ I – IV – i

De esta manera, visita las tres áreas armónicas, reservando, como es bastante habitual, la de subdominante para la segunda parte.

El ritmo armónico también establece contraste entre la primera sección de B y el resto de la pieza. En éste (el resto) encontramos, casi siempre, una armonía por compás (o cada dos compases), mientras que en el comienzo de la segunda parte, el ritmo armónico se hace mucho más agitado: dos o tres acordes por compás.

La armonía es, en mi opinión, de los aspectos con mayor interés.

En la mayor parte de la pieza nos encontramos con una melodía (mano derecha) acompañada de tres negras por compás: la primera, un bajo; las dos restantes, las otras notas del acorde. Sin embargo, en algunos momentos existe una cierta autonomía entre ambos.

El primer ejemplo de esto lo encontramos a partir del c. 8, en el que se encuentra el fa doble # dentro de una sonoridad armónica que le otorga particular significación. Esta nota (que ya había aparecido en el c. 6 dentro de una armonía de V/V) es el sonido característico del modo lidio en esta tonalidad. Pero Chopin no le asigna aquí un papel modal. Sería por lo menos extremadamente aventurado intentarlo desde el modo menor, que tiene varias notas de diferencia con el lidio. Utiliza el grado característico de este modo para realizar un ‘experimento’ con el acorde de 6ª aumentada, en lo que sería  uno de los casos de sutil relación con el género popular.


La primera aparición de la sonoridad de 6ª aumentada, en c. 8, es muy tímida. Incluso, tanto el fa doble # de mano izquierda como el la de la derecha, pueden considerarse notas no armónicas. El primero, una bordadura a distancia y el la, una nota de paso.

Esta presentación de la sonoridad de la 6ª aumentada puede estimarse, entonces, como una simple relación no armónica. Pero si eliminamos los bajos de esos compases (especialmente el do# del c. 9) nos encontramos con estos encadenamientos, absolutamente ‘normales’:


Ese do# de la mano izq. en el c. 9 cumple una importante función: es el cimiento de la melodía, que en ese momento finaliza su descenso de una 8ª completa por escala.

(Una situación idéntica a la anterior encontramos en c. 56 y 57.)

Empezamos a tener, así, una rica superposición de significados armónicos horizontales y verticales.

El siguiente ejemplo (igual pero distinto) lo hallamos en el c. 19. El la, que en el caso anterior estaba sólo en la última corchea, ocupa ahora todo el compás, resistiéndose a caer en el sol#[3]. Y el fa doble # está presente, no en una, sino en dos negras de la mano izquierda.

Nos volvemos a topar con la sonoridad de la 6ª aumentada en los c. 24 y 30, ahora de manera poco audible (con notas no armónicas), en las tonalidades de la dominante y la tónica, respectivamente.


Mucho más interesante es lo que ocurre al final de la 1ª  y el comienzo de la 2ª  sección de la 2ª. parte.


En el c. 48 se llega a la culminación melódica de esta sección para ingresar, en el siguiente, a la 2ª sección de la 2ª parte, que emplea el material inicial. Ambos, final y comienzo, presentan procesos armónicos cromáticos, horizontales.

Pero al mismo tiempo ocurre otra cosa, estamos escuchando –que no viendo- algo más. Si en el c. 49 sustituimos el sol del acorde de La V7 por su enarmónico fa doble #, tenemos dos 6as. aumentadas consecutivas, una alemana y otra francesa, que intensifican el sol#, dominante de do#, tónica a la que llegamos (volvemos) dos compases después.

Estamos ante otra superposición de significaciones horizontales y verticales en la armonía.

El uso más ‘desembozado’ del acorde de 6ª aumentada tiene lugar en los compases 62 (proceso cadencial del término de la 2ª parte) y 74 (cadencia final de la mazurca). Su utilización en estos dos clímax demuestra, sin lugar a dudas, la importancia que Chopin le asigna en la pieza a esta armonía.

Ya me referí a la intensificación de subdominante y dominante por medio del mi# y el fa doble #. Ahora quiero señalar que, simultáneamente, se produce en mano izquierda un descenso cromático  del bajo que contribuye eficazmente, tanto a dar fuerza al movimiento cadencial como a fortalecer el dramatismo de ambos momentos climáticos. Los dos tienen, en su punto culminante, una armonía de 6ª aumentada. (La mayoría de estos acordes en la pieza que estamos analizando pertenecen al tipo ‘alemán’ , pero hay uno ’francés’ y, en el compás 74, nos encontramos con el ‘italiano’, muy probablemente para evitar la disonancia re#-mi, que se produciría si se conservara esta última nota.) Falta analizar el aspecto rítmico, a mi juicio no sólo particularmente destacable, sino también uno de los sutiles nexos entre esta mazurca y la folclórica.

Sabemos que una característica del género es el desplazamiento del acento del primer al segundo o tercer pulso del compás. En esta que estamos analizando esa característica asume un aspecto bastante peculiar.

En general, en la mano izquierda hay coincidencia entre ritmo y métrica pero, en muchos momentos, no sucede lo mismo con la otra mano. Veamos, por ejemplo, los primeros compases.


Todo ocurre normalmente en la mano izquierda. En la derecha, en cambio, sentimos que el acento métrico se encuentra en el segundo pulso de cada compás. Y así sigue hasta el comienzo del c.16, en donde se produce algo a lo que me referiré casi enseguida. En la sección b) de la parte A, las dos manos coinciden, ritmo y métrica se reconcilian. Este contraste entre ambas secciones, que resulta difícil reconocer a nivel consciente, crea mayor interés en la música que estamos escuchando.

En la 2ª sección de la parte B se vuelve a producir el mismo desacuerdo métrico entre las dos manos, y ocurre el caso más claro de ese ‘algo’ que mencioné antes.  

Aunque hay también otros momentos en los que sucede, es en el camino hacia los dos clímax a los que aludí anteriormente (esto es, en los c. 60 a 62 y 72 a 74) en donde se manifiesta de un modo más evidente una modificación en la métrica (porque, además, se produce en las dos manos). Las mazurcas están en ¾, pero estos pasajes se encuentran en 2/4. Este cambio crea indudable tensión en un momento particularmente importante de la pieza.


El otro aspecto rítmico que merece considerarse es el uso del llamado saltillo, característico de las mazurcas

En ésta, Chopin lo reserva mayoritariamente para la primera sección de la parte B, en la que lo encontramos en todos los compases (total o parcialmente).

Pero en el resto de la obra está ubicado en lugares especiales. Durante la parte A, lo escuchamos dos veces (pero en una sola situación; el pasaje se repite), intensificando la resistencia del la a ‘morir’ en el sol# (c. 19 y 27). Y en la 2ª parte y la coda lo hallamos cuatro veces. Por un lado, podríamos decir que ‘las cosas no ocurren en vano’: lo hemos oído permanentemente un poco antes y ha dejado huella. Por otro, el autor elige momentos relevantes para hacérnoslo escuchar: inmediatamente antes del si-la-sol# que llena los huecos melódicos de la primera parte y pretende dar al sol# el puesto de nota más importante (c. 50 y 52); antes del mi# que enrumba definitivamente la mazurca hacia su tónica principal (c. 60) y, finalmente, en el último compás, diciéndonos ‘bueno, voy a terminar’.

En mi opinión, se trata de una gran pieza, tanto desde el punto de vista expresivo como en cuanto a la técnica de composición: un 10 para Chopin.



[1] En Europa oriental, además, el repertorio de modos está enriquecido por el aporte asiático y, sobre todo en la región sur del continente, se hace sentir la influencia árabe y en general africana, aunque esta última no precisamente en cuanto a los modos.

[2] Este procedimiento contrapuntístico es muy poco habitual entre los románticos, aunque Chopin utiliza distintos recursos de este tipo en algunas de sus mazurcas tardías.

[3] Nos encontramos aquí con la gran expresividad del movimiento melódico  6º - 5º en el modo menor, al que ya me he referido en materiales anteriores. En este caso aparece intensificado por el cromatismo si#-si del c. 18.