NO HABRÁ NUEVOS ANÁLISIS EN DICIEMBRE Y ENERO. SI NO OCURRE
UN IMPREVISTO, VUELVO EN FEBRERO DEL 2015.
Este blog presenta análisis de obras (por ahora) breves de la llamada música clásica.
martes, 23 de diciembre de 2014
viernes, 21 de noviembre de 2014
PROKOFIEV: ANÁLISIS DEL No. 4 DE VISIONES FUGITIVAS, OPUS 22
Nuestra actividad está
siempre condicionada por el momento y el lugar en que vivimos. El caso de Sergio Prokofiev (1891 – 1953) me
parece particularmente significativo, tanto por su personalidad como por
razones histórico-políticas. Fue “el niño terrible” de la música rusa en los
años inmediatamente previos a la revolución de 1917, aunque también en ese
período compone su primera sinfonía, que él mismo llama “clásica” (escrita
antes que Pulchinela de Stravinsky,
tradicionalmente considerada como el inicio del movimiento neoclásico[1] en la
música europea). Prokofiev consideraba que esa hubiera sido la que habría
escrito Haydn de haber vivido a comienzos del siglo XX. Un poco antes de la
composición de esta obra se había estrenado, con bastante escándalo, su Suite escita, una pieza que, para
algunos, es una “poco sutil” imitación de la Consagración de la primavera, escuchada por primera
vez pocos años antes. En 1918 se traslada a occidente, en donde actúa como
pianista y da a conocer sus obras. En la década de los 30 regresa a la Unión Soviética. Algunos dicen
que volvió porque no podía hacer sombra a otros dos rusos emigrados: a
Stravinsky[2] como
compositor, a Rachmaninov como pianista. Otros sostienen que fue la nostalgia
de la patria. Tal vez todos tengan parte de razón. Su retorno a la URSS coincide con el período
de absoluta consolidación del realismo socialista. Como consecuencia de ello
debe adaptar su lenguaje a lo exigido por el régimen, lo cual no siempre le
resultó fácil. En 1948, por ejemplo, junto a Shostakovich y otros, fue acusado
de formalismo burgués, acusación que fue retirada cuando se sometieron al
criterio oficial. Tanto ciertos rasgos de su personalidad como los lugares y el
momento en que desarrolló su actividad musical fueron determinando, en grado
considerable, los rumbos que tomó su lenguaje. Pero, a pesar de los cambios que
se pueden apreciar en él, Prokofiev es siempre Prokofiev. Su tendencia a un humor
que llega hasta lo grotesco y una pronunciada rudeza, enmarcados en una
personalidad extrovertida, son algunos
de los rasgos que lo distancian considerablemente del carácter en general pudoroso
de un Ravel[3] (que analicé el mes
pasado), con quien, sin embargo, encuentro similitudes tal vez no perceptibles
a ‘simple oído’.
Las Visiones Fugitivas[4], op.
22, es una obra de juventud. Se trata de veinte piezas breves, escritas entre
1915 y 1917, en las que es posible hallar las características señaladas en el
párrafo anterior, así como un lirismo y una capacidad de invención melódica muy
prokofianos.
La siguiente es la
estructura formal de la No.
4, que analizamos hoy:
Pese a que la tercera sección está derivada de la primera, la transformación es tan grande que no me animo a decir que la forma es ABA’, sino que me inclino (con reservas) a un ABC.
Desde el punto de
vista de la estructura armónico-tonal, esta pieza se caracteriza por la
presencia casi constante de ostinatos
y pedales armónicos (además de algunas reiteraciones con eslabones demasiado largos para, quizás, ser
consideradas ostinatos –cc. 5 a 8 y 21 a 24, construidos ambos
segmentos sobre un pedal-), lo cual provoca que su ritmo armónico sea lento.
Asimismo, los primeros cuatro compases, que no tienen ostinato ni pedal, están construidos sobre un solo motivo y una
única sonoridad armónica, que predominará en toda la primera sección. Solamente
en los cuatro primeros compases de la sección B (cc. 17 a 20), en los que la
armonía cambia en cada pulso, no recurre a ninguno de los procedimientos
indicados. No obstante, todos ellos se edifican sobre arpegios de 7ª mayor que
bajan cromáticamente siempre con el mismo diseño (volveré a referirme a ellos).
Otro rasgo distintivo
es la casi total sustitución de la 5ª por el semitono en la función dominante.
En los primeros cuatro compases, el autor presenta tres notas –do, mi y lab- ¿con pretensiones de ser la tónica?, ubicadas al final del prácticamente
único motivo de la pieza. Las sentimos así, como posibles 1er. grado, porque
están precedidas por los que serían 6º y 7º
de la tonalidad correspondiente, es decir, en el caso de la sensible,
por el semitono. Por la cantidad y la ubicación de sus apariciones, el do tiene preeminencia, nuestro oído
tiende a identificarlo como el sonido central.
Las tres notas
mencionadas forman un acorde de 5ª aumentada. Esta armonía está formada por la
superposición de dos 3as. mayores y divide la 8ª en tres partes iguales.
Cualquiera de los sonidos puede ser sentido como fundamental y Prokofiev mantiene la incertidumbre,
sobre todo con dos de ellos, mientras le asigna al tercero un papel tan
inesperado como relevante. La percepción de las posibles tónicas, tanto en los
primeros compases como en el resto de la pieza –insisto en el punto-, se
produce melódicamente por medio de las sensibles, y no por el encadenamiento 5º
- 1º. (La sección final está
construida con la alternación de acordes de mi
y de Do que si bien están
precedidos por sus respectivas sensibles pueden perfectamente interpretarse como iii – I, el primero de
ellos sustituyendo al V. Sin embargo,
aunque válida, está explicación así, sin más, me parece reduccionista.)
El semitono es aquí,
de muchas maneras distintas, el intervalo más importante, fuente de las
ambigüedades y de las certezas que nos propone el autor a lo largo de toda la Visión. En
varios momentos de las dos primeras secciones hallamos pasajes cromáticos; el
acorde de 7ª mayor, muy empleado en la segunda sección, verticaliza (e invierte) el semitono; ¡19 compases de la última parte! (que tiene
21) están construidos sobre un ostinato cuyas
notas superiores son el medio tono si-do;
las dos sensibles, superior e inferior, del do
y el mi, presuntas tónicas que tienen
también una gran presencia, aparecen casi constantemente.
Aunque el fa puede ser considerado, a veces, como
la subdominante de do, en otros
momentos se trata, creo que indudablemente, de la sensible superior de mi.
(Inicié el ejemplo
anterior en el c. 26, pero la función sensible del fa comienza en el 21.)
He dejado para el
final un uso del semitono tan importante como menos audible que los otros. El lab,
muy presente en la primera sección, en la tercera resuelve en sol. De ese modo, el acorde aumentado se
convierte, a distancia, en el perfecto mayor de Do. El lab, que nunca
compitió por ser tónica, cumple, en cambio, una función estructural de primer
orden: pierde su identidad para ofrecernos la estabilidad final.
Los compases 5 a 8 (versión libre y
extendida del motivo inicial) presentan, en las tres voces superiores, un cromatismo que reaparecerá durante la pieza, contrastando con el diatonismo que, como
veremos, está reservado para la sección final.
El último acorde del
c. 8 (7ª de dominante en 3ª inversión) es casi el único en toda la Visión en la que se insinúa
el encadenamiento V – I, con do como
tónica.
Y ya aquí comienza la
batalla entre el do y el mi por ser el centro. El do tiene ventaja, pero el mi no se rinde.
En los siguientes ocho
compases regresa la armonía de 5ª aumentada en ambas manos: en la derecha, lo
que se oyó en los primeros cuatro, comprimido y limitado al registro agudo; en
la izquierda, como arpegio en el primer pulso de cada compás, con el do como nota más grave. A este arpegio
sigue el de reb, ¿sensible superior
de do? (¿O, tal vez, sugerencia de lab como dominante –fallida- y reb como tónica?) Y la disputa continúa:
los cc. 12 y 16, los últimos de cada frase, finalizan, en la derecha, con unos mi muy llamativos.
Lo que sigue es B,
yuxtapuesta a la primera sección. Se trata de una ‘cortina’ de semicorcheas que
separa (y une) los segmentos extremos, que están construidos con el mismo
material pero que son radicalmente diferentes. Desde el punto de vista tonal,
esta sección es, por lo menos al comienzo, de una total indefinición. Y se
inicia, como se dijo, con un descenso cromático de acordes disonantes (7as. de
los modos mayor y lidio) que desemboca
en una reaparición del material de los cc. 5 a 8, ahora reducido a una sola mano, como
ocurrió anteriormente con el de los cc. 1 a 4.
A partir del quinto
compás de B, la ‘cortina’ de semicorcheas también se reduce a una sola mano, lo
que prepara la placidez estática de la última sección.
Los compases 21 a 24 están construidos
sobre un pedal fa que se encuentra en
el bajo (como se dijo, versión renovada de los cc. 5 a 8) y todos los pulsos de la mano derecha comienzan con las notas del
acorde de fa menor (aunque en la mano derecha se escucha el la natural). Aquí, por lo que sigue, el fa parece estar al servicio del mi,
ser su sensible superior.
Los últimos cuatro
compases de la sección B son la cadencia a la sección final. En ella
encontramos, en mano izquierda, un ostinato
constituido por las dos sensibles de mi,
y en la derecha, en los dos cc. que finalizan la sección, una preponderante
presencia de las dos sensibles de do.
Y ambas manos resuelven, respectivamente, en mi y en do.
Parecería, entonces,
que continúa fuertemente la competencia entre los dos sonidos, aunque quizás no
sea así y el mi ya esté derrotado. Porque,
por un lado, ha desaparecido el lab de
la primera sección, convertido en un sol que
asegura la consonancia de la triada
de Do y, por otro, el acorde de mi tiene su 5ª en la voz superior, por
lo que escuchamos, durante diecinueve compases, si-do, si-do, si-do…, esto es, sensible – tónica, sensible – tónica,
sensible – tónica… Ya es demasiado. Sin embargo, el mi hace un último esfuerzo: cuando la voz superior de la mano
izquierda, que nos ha estado recordando el motivo inicial, hace escuchar la
nota sol, la voz inferior de esa mano
la sustituye por el si. Durante tres
compases, la 5ª si – mi intenta
recuperar el protagonismo, pero es inútil.
En el penúltimo compás de la pieza,
Prokofiev elimina el si. El do ha triunfado.
Y este compás es el
último claramente audible. Resulta difícil escuchar, en el piano, el sol del c. 49, una nota que fue atacada p (¿o pp?) cinco compases antes. De hecho, no he podido oírlo en los CD a
los que he tenido acceso. Algunos compositores (Bach entre ellos) escriben, a
veces, cosas que sólo se ven, con lo que quieren mostrar una intención que el
instrumento elegido es incapaz de hacernos percibir. A pesar de que la música
es el arte de los oídos recurren a los ojos para lograrlo.
¿Y por qué lo haría
aquí Prokofiev, en el caso de que ese fuese su deseo? Se me ocurren dos
razones. Una, el autor buscaría dar al sol
un papel protagónico porque es la nota que permitió a la pieza estabilidad
estructural al resolver en 5ª justa, la aumentada del inicio. Otra, el sol es el único sonido común diferente a
do y mi que tienen los acordes de estas notas. Sería, entonces, de un
modo levemente humorístico, el recordatorio final de la lucha que hemos
presenciado entre las dos.
La 3ª sección es
absolutamente diatónica. Sólo deja escuchar cinco notas, todas ellas sonidos
naturales. Faltan el fa y el re, las dos representantes de la
subdominante de Do, que, finalmente, es
el centro tonal. Contrasta, así, en dos sentidos, con la 2ª sección. Esta tiene
una mano izquierda cromática y el fa,
en ambas manos, desempeña un papel importante.
Desde el punto de
vista rítmico creo útil realizar dos señalamientos:
En la primera sección
escuchamos sólo corcheas; en la segunda, casi únicamente semicorcheas, y en la
última, se oyen nada más que negras. No conozco otra pieza en que las figuras
estén distribuidas de una manera tan rigurosa.
El segundo: la pieza
está en 6/8, una métrica binaria en cuanto a la cantidad de pulsos por compás y
ternaria con respecto a la división de cada pulso que, en la última sección,
pasa a ¾, que es lo contrario, ternaria si nos referimos al número de pulsos y
binaria en cuanto a cómo éstos se dividen. Se trata de algo extremadamente
común, tanto en la música ‘tradicional’,
como en la ‘popular’ y en la ‘clásica’. Pero aquí, en la métrica de ¾ sólo
aparecen figuras que tienen la duración del pulso, no menores que éste. De modo
que lo que escuchamos es únicamente un juego hemiolado entre compases de 2 y 3
pulsos. Pero, además, desde el
comienzo del cambio de compás existe una alternancia de los acordes de mi y Do
que, rápidamente, nos cambia la percepción de la métrica: el ¾ se transforma,
en los hechos, aunque no en el papel, en 2/4. Pero en el c. 34, el ¾ se restablece, porque se escuchan las notas
iniciales si – la - si – do, en
métrica ternaria. Regresa después la percepción de un compás de dos pulsos,
pero el autor repite el procedimiento: la reiteración variada del motivo
inicial, a partir del c. 40, nos devuelve a lo ternario, otra vez por poco
tiempo.
En esta pieza,
Prokofiev renuncia a mostrarnos su bien ganada fama de melodista. Sólo se escuchan
el breve motivo inicial, sus derivados y, en la segunda sección, escalas
ascendentes y, sobre todo, descendentes. Nada de lo que habitualmente se
considera melodía.
A pesar de ser una
pieza muy corta, ocurre en ella una importante modificación en cuanto al
carácter. La primera sección es impetuosa y tensa.
El ímpetu, además del casi constante fluir
de corcheas en un tempo rápido, está
ligado a la casi omnipresencia del motivo, de sólo cuatro notas y de índole
conclusiva, pero que el autor ‘engancha’ una y otra vez de modo que no le
permite ‘disfrutar’ de su resolución, porque cuando llega a su término ya
empezó a oírse de nuevo con otro destino. De ese modo renueva constantemente la
energía.
La tensión está
provocada por la armonía, que nos hace oír casi de continuo la indeterminación
de la 5a aumentada. Y, cuando en el c. 4, (única detención en el flujo de
corcheas) parece ofrecernos una muy relativa sensación de estabilidad, arremete
enseguida con un segmento cromático, tonalmente indefinido, que desemboca en
ocho compases, los últimos de la sección, en los que nuevamente predomina la 5ª
aumentada. Es la misma 5ª aumentada, pero en una nueva versión, en la que la
cadena de motivos aparece como ‘tartamudeando’, perdiendo continuidad y
sustentada en un ostinato arpegiado
que nada nos aporta para clarificar la tonalidad en que nos encontramos. Ambas
cosas contribuyen a acrecentar el carácter tenso de la sección.
Aunque la lluvia de
semicorcheas, el cromatismo de la mano izquierda y el cromatismo “a distancia”
de la derecha mantienen el carácter del comienzo, éste tiende a distenderse en
la 2ª sección. Hasta me atrevería a afirmar que desempeña casi una función
transicional entre las dos partes extremas. Y sus últimos cuatro compases
(cadenciales) preparan para la sección final.
Esta es absolutamente
estática. Se podría decir que sus 21 cc., cerca de la mitad de la pieza,
constituyen una extensísima cadencia en la que sólo se aprecia la ‘sorda’ lucha
entre un mi –que se juega inútilmente
sus últimos cartuchos- y un Do que se
sabe ganador.
Al producirse la
crisis de la tonalidad funcional, a comienzos del siglo XX, muchos de los
compositores que se mantuvieron fieles al principio de la existencia de sonidos
centrales desarrollaron, cada cual a su manera, las ambigüedades que esto les
ofrecía, ahora que habían dejado de respetarse casi como sacrosantos los
tratados de armonía. (Bueno, este proceso había comenzado ya en el XIX.) Y
Prokofiev fue sin duda uno de ellos.
[1] Neoclasicismo parece un
término poco afortunado. Stravinsky, por
ejemplo, en su período que todos consideran neoclásico, se nutrió del barroco,
del clasicismo, del período romántico e, incluso, del Renacimiento.
[2] Con quien tuvo una relación conflictiva.
[3] Prokofiev dijo una vez que Ravel era el único músico francés que sabía
lo que hacía y que la música de Debussy era una gelatina invertebrada.
martes, 21 de octubre de 2014
RAVEL: ANÁLISIS DE “MINUÉ SOBRE EL NOMBRE DE HAYDN”
Durante los siglos
XVII y XVIII el minué fue una danza muy afortunada. En el XIX prosiguió su
marcha triunfal, pero ya no como minué, sino transformado en scherzo.
Naturalmente, vuelve a aparecer enseguida, en sus dos versiones, puesto que los cc.9 a 16 son la reiteración de los primeros 8.
Pero hay más. En muchos otros lugares (por
ejemplo en c. 19 y ss., en 22 y ss., en 27 y ss.) encontramos resonancias de
los motivos señalados.
La parte B (anacrusa al c. 17) comienza, melódicamente, con una escala ascendente, es decir, con movimiento, y al llegar a su punto culminante se detiene, repitiendo un motivo estancado, inicialmente, en su resolución sobre re y después sobre fa#, mientras los dos sonidos más graves de la mano izquierda hacen sonar un nuevo pedal.
De origen popular, Jean
Baptiste Lully lo introdujo en la corte francesa. Durante el reinado de Luis
XIV (aquel poderosísimo rey, emblema del absolutismo, amante de la danza y
bailarín él mismo) el minué se extendió con gran éxito por toda Europa.
Como muchas otras
danzas también viajó a América y allí se arraigó en algunas zonas, adquiriendo
ciertas características propias.
Finalizado el barroco,
comienza a desarrollarse en Europa el género sonata, al cual se le incorpora
una danza de ese período, precisamente el minué. En consecuencia, todos los
compositores del clasicismo los escriben, ya sea como parte de las sonatas para
teclado, de los cuartetos u otras obras de cámara, de las sinfonías, de las
óperas e incluso se componen como piezas independientes.
En esa época se le
agrega lo que se ha llamado trío. Se trata de otro minué, más liviano (de ahí
su extraña denominación), colocado entre el primero y la repetición de éste, lo
que hace que su forma, originariamente binaria, se convierta en ternaria, una
forma ternaria constituida por tres binarias.
Durante el siglo XIX
se produce en la música europea otra profunda modificación de la sensibilidad: el
carácter objetivo de la música del clasicismo es sustituido por una búsqueda
creciente de la subjetividad. Y el minué no es ajeno a este cambio. A caballo
entre las dos centurias aparece Beethoven -un compositor estructuralmente clásico
con una sensibilidad próxima al inminente romanticismo-, principal responsable
de la transformación del minué en el scherzo.
Este modifica, sobre todo, el tempo y el carácter de aquél, se hace
más rápido y abandona, en general, su característico buen humor. Pero los
‘genes’ del minué siguen viviendo en su ‘hijo’.
Me ha parecido
interesante mostrar dos ejemplos extremos de este proceso, un minué de Lully y
un scherzo de Beethoven.[1]
Minué de Lully
Scherzo de Beethoven
En el siglo XX, compositores
de sinfonías (y de música de cámara) siguen incluyendo el scherzo en sus obras, siempre
con un carácter muy distinto al de la danza de la que surgió.
En 1909, al cumplirse
el centenario de la muerte de Haydn, el musicólogo francés Jules Ecorcheville,
como parte de un homenaje al compositor, organizado por la Sociedad Internacional
de Música, encargó a varios compositores galos la creación de una pieza sobre
su nombre (el de Haydn, claro), a partir de la notación alfabética germana.
Dispuso que musicalmente debía leerse así: Si
– La – Re – Re – Sol.[2]
Ravel fue uno de los
seis que cumplió con la propuesta y compuso un minué.[3]
Realmente no entiendo la relación entre la
música de Ravel y las imágenes de este video.
La pieza es particularmente motívica.
El primer motivo, construido sobre el nombre
de Haydn, aparece varias veces, y Ravel emplea en él los procedimientos de
retrogradación e inversión-retrogradación. En todos estos casos coloca las
letras del nombre encima de las notas correspondientes. Pero, sin indicación
expresa del autor, el motivo se encuentra varias veces más: levemente variado o
transportado, siempre retrogradado (cc.27 a 34) y en la mano izquierda del
comienzo de la recapitulación, ahora en su posición normal (cc. 44 a 46).
En el c. 3 encontramos otro:
que está también, invertido y retrogradado, en
el c. 7:
Naturalmente, vuelve a aparecer enseguida, en sus dos versiones, puesto que los cc.
Volvemos a encontrarlo con bastante frecuencia
a partir del c. 19, en su presentación invertida retrogradada, generalmente sin
la primera nota. Y está presente por última vez en el c. 45.
El motivo que más utiliza Ravel en el minué lo
hallamos por primera vez en los cc. 4 y 5. Consta de dos corcheas que suben por
grado conjunto y ‘resuelven’ de distintas maneras, muchas veces con notas
ornamentales previas a la resolución.
Entre ésta y las dos corcheas
puede haber diferentes intervalos. Veamos algunos ejemplos:
La forma de esta pieza es binaria redondeada
(y no tiene trío), pero ha pasado mucha agua bajo los puentes de la historia desde
el siglo XVII hasta el XX.
Al comienzo, Ravel es muy ‘juicioso’: la parte
A de la forma binaria, los 16 primeros compases, son 8 cc. y su repetición,
prácticamente idéntica, como ocurre en muchísimos de los minués barrocos y
clásicos. Además, divide los 8 cc. en
dos grupos de 4 y cada uno de éstos en dos de 2.
Es en lo que sigue, en la parte B, que
encontramos, en lo que respecta a la forma, la huella del tiempo histórico
transcurrido
Se trata de un segmento mucho más extenso, de
más del doble de compases. La organización interna es más flexible, aunque
mantiene, en general, no siempre, la división en 8 y en 4. Sus dimensiones no
deberían sorprendernos, porque algo similar ocurre ya en minués del siglo XVIII
y, como veremos enseguida, esto no pasa sólo por tratarse de una forma
redondeada, que recapitula el primer material.
Esta parte B es un desarrollo, recurso que
surge en el período clásico y que ya Haydn aplica a veces al minué. La melodía de los
primeros 8 compases (anacrusa al 17 hasta el 24) es inmediatamente transpuesta
a la 5ª superior, pero al alcanzar el punto más alto, en el c.27, la
transposición baja un semitono: no se encuentra ya a la 5ª justa sino al
tritono con relación a lo anterior (más adelante volveré sobre esto).
El desarrollo continúa 6 cc. más y llega,
entonces, a lo que podríamos llamar la gran novedad formal de este minué: una
retransición, como la que se encuentra en la forma sonata justo antes de
recapitular, lo mismo que hace aquí Ravel en un género en el que este recurso no
se usa.
El
último compás de esta retransición (el 43) es, al mismo tiempo, el primero del
regreso al material inicial.
(Volveré a ella, para enfocarla desde
distintos ángulos.)
El minué finaliza con 12 compases
(recapitulación y cadencia final) que se pueden dividir en 4 + 4 + 4. Regreso a
la absoluta regularidad.
La armonía es puro Ravel: 7as. y 9as., la
mayoría de ellas en posición fundamental, y abundantes notas no armónicas de
distinto tipo.
A partir del c. 27 comienza a cromatizarse.
El primer síntoma de esto es el descenso
de un semitono, al que me referí antes, en la transposición a la 5ª que ocurre
en B. De ahí en más sigue haciéndolo hasta llegar a la retransición, el segmento
más cromático de todos (que es, además, el clímax de la pieza, no sólo por la
tensión que provocan tanto los semitonos como los tritonos, sino porque allí alcanza
el punto melódico más agudo, y el más grave hasta ese momento).
Me parece importante destacar que, pese a la
enorme tensión que debería sentirse en los compases 38 a 43, no se rompe en ningún
momento esa característica sonoridad raveliana en la cual, aunque no se escuche
así, incluye las disonancias más ásperas.
Creo que, en este caso, puede deberse a dos
razones: en primer lugar, a la extensa preparación del cromatismo, que
acostumbra adecuadamente nuestro oído, y en segundo lugar, a que ese cromatismo
y la inmensa mayoría de los tritonos están ‘ocultos’ en la parte central,
mientras que las voces extremas (que son las que más se destacan) nos hacen oír
un pedal (en el bajo), mientras en el pentagrama superior aparecen acordes
triádicos, en su mayoría consonantes, y otros sin 3ª, todos con su 8ª.
Al salir de la retransición y entrar en la
recapitulación, desaparece el lenguaje cromático.
La pieza está en Sol mayor. A la tónica llega en el c. 4, después de un ambiguo
inicio. Inmediatamente va a la tonalidad de la dominante, comportándose como un
minué ‘bien educado’. Sin embargo, ya ocurre algo un poco sorprendente: llega a
Re mayor montado en un pedal de si.
En el comienzo de la parte B regresa brevemente
a la tonalidad principal y, a continuación, se escuchan los # del do, el re, el sol, el la y el mi, lo que hace que penetre
profundamente en el área de dominante. Hay, también, una cascada de 5as.: sol (y con una interrupción) do#, fa# y si (ya en la retransición).
Debe señalarse la importancia que en esta
pieza tiene el 3er. grado, si. Es la
primer sonido, el segundo acorde, el primer pedal armónico y, como se dijo, la
nota en todo sentido fundamental de la retransición, la misma en que comienza
la recapitulación.
Esta se encuentra en el área de la
subdominante, que Ravel ha dejado para el final. Contrasta fuertemente con lo
escuchado anteriormente, en especial con la retransición. La recapitulación pasa
primero por el 4º grado (Do mayor),
después por el 2º (la menor) y,
finalmente, antes de la cadencia final V-I, recurre a la Napolitana , de modo que
se escucha en el bajo:
Este segmento sirve para compensar la energía
producida por el cromatismo y la honda sumersión en el área de dominante.
Los minués tienen una métrica de ¾. También
éste. No obstante, presenta algunas particularidades que merecen señalarse.
En los primeros compases, el autor ha colocado
unos acentos que indican, con toda claridad, que se debe percibir una métrica
binaria (y lo mismo ocurre en los finales del 14 y ss. y del 42 y ss.). Pero en
los cc. 5 y 6, esos mismos signos muestran el establecimiento, ahora sí, de la
cifra colocada al inicio de la pieza. También
en c. 36 y ss., la escritura indica la voluntad del compositor de que se
escuche una métrica binaria.
En la retransición sucede otro fenómeno
métrico interesante. Mientras los dos pentagramas inferiores se mantienen,
digamos, neutrales en este aspecto (aunque el central se inicia acentuado), el
superior, en donde está la melodía, desplaza el acento métrico del primer al
tercer pulso, en coincidencia con el motivo del nombre de Haydn, que inicia la recapitulación.
Es interesante señalar de qué modo el autor
maneja aquí el ritmo global de la pieza, en el que se incluyen todos los
parámetros (armonía, melodía, cadencias…). Alterna, de una manera bastante
regular, movimiento y su retención. Ya se puede apreciar en los primeros cuatro
cc., en los que, en los últimos dos, se produce la detención provocada por la
cadencia. Pero esto se hace mucho más evidente si consideramos los ocho
iniciales como una unidad. A partir del quinto (con su anacrusa) se produce un
‘parate’, provocado por el pedal armónico en mano izquierda, la repetición de
motivos y acordes en la derecha, ‘parate’ que, finalmente, algo se distiende
para dar lugar a la cadencia sobre Re.
En los siguientes 8 cc. ocurre lo mismo, ya que son la repetición de los
anteriores.
La parte B (anacrusa al c. 17) comienza, melódicamente, con una escala ascendente, es decir, con movimiento, y al llegar a su punto culminante se detiene, repitiendo un motivo estancado, inicialmente, en su resolución sobre re y después sobre fa#, mientras los dos sonidos más graves de la mano izquierda hacen sonar un nuevo pedal.
Empieza, entonces, el segmento melódicamente
transpuesto (anacrusa al c. 25), con una estructura muy similar aunque más
extensa: escala ascendente y, a
continuación, retención del movimiento sobre sol#, sol, do# y otra vez
sol, mientras en el bajo se escuchan
pedales sobre do# y fa#.
Esto conduce a la retransición, el momento más
tenso de la pieza, en el que, sin embargo, sale triunfante la nota si. Todo el segmento está construido sobre un
pedal de ese sonido, la melodía desciende
re-do-si y la armonía finaliza con un acorde también de si, que es la primera nota del nombre de
Haydn con el que comienza la recapitulación.
Cuando se produce la crisis de la tonalidad
funcional, a comienzos del siglo XX, se buscan distintos caminos para
superarla. Ravel está entre los que la siguen cultivando, pero de una manera
absolutamente personal. No renuncia, muchas veces, a un lenguaje modal, pero lo
más característico del suyo es un neoclasicismo que en algunas ocasiones es
sustituido (a mi juicio equivocadamente), en los análisis que se hacen de su
música, por un presunto impresionismo.[4]
[1] El scherzo tiene su propia historia. Reciben ese nombre obras muy
anteriores y diferentes, y tenemos más adelante, por ejemplo, los scherzi de Chopin o Brahms, que también
son otra cosa.
[2] Entre los compositores
invitados estaba Camille Saint-Saëns, que no participó. Expone la razón de su
negativa en una carta que dirige a Gabriel Fauré (quien tampoco aceptó el
encargo, no sé por qué motivo): “He escrito a M. Ecorcheville pidiéndole que me
pruebe que las letras Y y N del nombre de Haydn corresponden a D y G. Le
pregunto lo mismo a Ud. Sería molesto verse mezclado en un asunto absurdo que
provocaría la carcajada del mundo musical alemán”.
[3] Su afición a este género, poco prestigioso en el tiempo en que le tocó
vivir, es otra muestra de su neoclasicismo. Además del minué en homenaje a
Haydn, recuerdo el Menuet antique, el en do# menor, y los incluidos en Le
tombeau de Couperin y en la
Sonatina.
En el homenaje a Haydn también tomó parte Debussy, que compuso un vals
lento.
[4] Como otras veces en la historia,
palabras inadecuadas llegan para quedarse. El término impresionismo,
aplicado a la música, se impuso después
de que los Conciertos Colonne lo incluyeran en el programa del estreno de El mar, de Debussy. En 1908, éste le
escribió a su editor diciéndole que él sólo intentaba hacer algo diferente “que
los imbéciles llaman impresionismo, el término menos apropiado posible”. Sin
embargo, en 1916, agradeció a alguien: “Me hace un gran honor llamándome alumno
de Monet”, destacadísimo pintor impresionista. Ravel también fue víctima de
esta situación (¿confusión?).
domingo, 28 de septiembre de 2014
SONATA EN SI MENOR, K 27, DE SCARLATTI
(En la penúltima
entrega, la del mes de julio, hay alguna información sobre el autor y la forma
sonata.)
Inicialmente había comenzado a analizar otra, que me gusta mucho, pero concluí que no era la mejor elección, debido a que se trataba, en gran medida, de más de lo mismo. Me decidí finalmente por ésta,la K 27. Aunque me interesa menos
desde el punto de vista expresivo es, a mi juicio, muy útil para mostrar otras
facetas del compositor.
En su mayoría, los movimientos por escala son descendentes y tienen, como notas extremas, los grados funcionales de la tonalidad, sobre todo 5º y 1º.
13 a
15 es sólo uno de paso, no cuestiona la armonía de La, y si lo hiciera, igual se mantendría la fidelidad al ¾
original.)
Inicialmente había comenzado a analizar otra, que me gusta mucho, pero concluí que no era la mejor elección, debido a que se trataba, en gran medida, de más de lo mismo. Me decidí finalmente por ésta,
Al escuchar varias
versiones de la pieza, ejecutada por pianistas de reconocida trayectoria, volví
a reflexionar sobre un asunto que parece obvio pero que no lo es tanto: la
partitura no es la música, es decir, que ésta sólo existe cuando suena y que,
en el papel sólo hay una aproximación gráfica a ella. Esto es aún más notorio
cuando nos ocupa música del siglo XVIII o anterior, que aporta mucha menos información y de la que no tenemos certeza de
cómo se ejecutaba. Pero incluso con compositores del siglo XIX, cuando ya existe
bastante conocimiento de los criterios de ejecución, se han encontrado, en las
ediciones, errores en algunos casos asombrosos. La mayoría de los compositores
del siglo XX y del actual han intentado reducir la brecha entre el papel y el
sonido, a veces de una forma tan exagerada que han hecho prácticamente
imposible la ejecución correcta por parte de los seres humanos. Tan imposible
como pretender que ambas –partitura y música- tengan la misma categoría, porque
ésta es, justa e inalienablemente, el arte de los sonidos.
De lo anterior se
desprende que cada obra musical es un número infinito de obras (muy similares
pero no idénticas), que se renueva cada vez que se interpreta en vivo, incluso
por el mismo ejecutante.
¿Por qué, entonces,
esa tendencia que algunos tienen a sacralizar la partitura? ¿Por qué aceptar el
tempo, las articulaciones, el fraseo,
la dinámica, etc., etc., de un señor al que la editorial ha encargado revisar
el texto, cuando su criterio puede no estar de acuerdo con el nuestro? (Por
supuesto se debe respetar al compositor y no caer en los excesos que, sobre
todo en el siglo XIX, pero también en el XX, cometieron músicos tan famosos
como Mendelsshon, Wagner, Rimski o Mahler, entre otros.)
Ya en las entregas
anteriores de este blog señalé la
existencia de diferencias considerables en las distintas versiones de las
sonatas de Scarlatti. Por eso –y por lo dicho en los párrafos precedentes- me
ha parecido interesante incluir aquí tres versiones muy diversas, interpretadas
todas por conocidos pianistas.
(El orden en que las
presento no significa, necesariamente, el de mi preferencia.)
Versión de
Michelangeli
Versión de Perahia
Versión de Gilels
La sonata K 27 permite
entender mejor que las antes analizadas porqué llamó essercizi a las únicas publicadas en vida. El autor era un virtuoso
del clavecín y le importaba mucho la
técnica instrumental. Esta pieza, con su figuración en semicorcheas, su
indudable tempo rápido y el procedimiento
de cruzar las manos, muy habitual en Scarlatti (y ya empleado en la K 11, analizada anteriormente),
lo demuestra con claridad. Se trata de un estudio, como se le llamó en el siglo
siguiente, un género que Chopin y Liszt introdujeron en la sala de conciertos.
Esta breve obra –breve
como todas las sonatas del autor- está más
lejos de la forma clásica que las vistas en los meses precedentes. Se
trata de una forma binaria estrechamente emparentada con las barrocas del mismo
tipo, aunque Bach y Haendel, por ejemplo, emplearon mucho más la forma binaria
simple o la que llaman balanceada y Scarlatti, en cambio, utilizó preferentemente
la redondeada.
De los dos materiales
temáticos que se escuchan en esta sonata, uno de ellos (el que aparece primero)
tiene una función subalterna. En los tres compases iniciales establece la
tonalidad de si menor y entonces es
sustituido por el flujo de semicorcheas –
en la misma tonalidad, pero de una manera a la que dedicaré espacio más
adelante-, ya con el cruce de manos, que desde ahora será frecuente.
A continuación,
nuevamente por tres compases, vuelve el primer elemento temático, ahora con una
función diferente. Después de ratificar la tonalidad principal en el primer
compás de esta segunda presentación se dirige, por medio de una secuencia, a la
tonalidad predominante en la primera parte, la de la relativa mayor. Esta
consta de tres eslabones y tiene la particularidad de que el segundo y el
tercero se encuentran a distintos intervalos. El segundo está una 4ª. por
encima del primero (tonización de la subdominante) y el tercero, una 2ª mayor
debajo del anterior, que ubica la pieza en Re
mayor.
El material inicial
aparece por única otra vez al comienzo de la segunda parte, en donde hace una
síntesis de lo escuchado en los dos segmentos de la primera y nuevamente por
medio de una secuencia, nos lleva ahora a fa#
menor, la tonalidad del 5º grado, camino de regreso a la tonalidad
principal de si menor.
La sonata incursiona
en las áreas de tónica y dominante; la de subdominante se encuentra sólo en dos
breves tonizaciones.
Si bien no se oye la
oposición que hallamos en el género
clásico, Scarlatti utiliza aquí varios elementos contrastantes.
El primero de ellos,
apenas comenzada la pieza, es el enfrentamiento entre dos formas de la escala
menor, las llamadas armónica y melódica. Después de establecer firmemente la
tonalidad de si menor -se escucha la
sensible una vez en cada uno de los tres primeros compases de la pieza y en
todas las ocasiones ésta resuelve en la tónica- , la alteración del 7º grado
desaparece, dando lugar al españolísimo descenso, melódicamente frigio, desde
la tónica a la dominante con el típico encadenamiento armónico i – v – iv – V,
que repone, al finalizar, la alteración transitoriamente eliminada.
En el final de la
sonata vuelve a aparecer la yuxtaposición de la escala menor con alteraciones y
sin ellas. En primer lugar el descenso ‘frigio’ (cc. 59 a 61) a la par de la forma
menor armónica e inmediatamente (cc. 62 y 63) las dos formas (de ascenso y
descenso) de la denominada menor melódica.
Otra oposición que
hallamos a todo lo largo de la pieza, es la de movimiento y quietud, que
constantemente se alternan. El primero está representado por secuencias,
mientras que la quietud, en la mayoría de las ocasiones, la encontramos en
pedales armónicos.
Las secuencias están
presentes en los cc. 4 a
6, 7 a 9, 17 a 20, 23 a 25, 32 a 36, 40 a 42, más o menos en 53 a 56 y 59 a 61. En algunos casos no
de cumplen con exactitud.
El pedal se halla en
los cc. 10 a
17, 37 a
39 y 47 a
53. Y a esto hay que agregar la
inmovilidad armónica del final de cada una de las dos partes de la pieza, en
donde el acorde de tónica se prolonga por más de tres compases.
En resumen, también el
manejo de quietud y movimiento tiene aquí un papel formal muy importante.
Otra dualidad es la
constituida por escala y arpegio, que ocurre de un modo distinto del de las
anteriores. Si aquéllas se oían necesariamente una después de otra, ésta se
halla, en muchos casos, de manera simultánea, sincrónica. El primer ejemplo de esto
aparece pronto – desde el c. 4 hasta el comienzo del 7-: las voces extremas descienden,
por grados conjuntos, de la tónica a la dominante, encapsulando a los sonidos
arpegiados de la tesitura intermedia.
En su mayoría, los movimientos por escala son descendentes y tienen, como notas extremas, los grados funcionales de la tonalidad, sobre todo 5º y 1º.
El caso más llamativo
de sincronía entre los grados conjuntos y el arpegio lo encontramos en el final
de las partes. Hay allí una extensísima escala descendente que parte de la
dominante y llega a la tónica, con esta peculiaridad: aunque todas sus notas son semicorcheas, se detiene,
repitiéndolas, en las del acorde de 1er. grado y, además, esas notas repetidas están
ubicadas en los lugares métricamente acentuados. De ese modo, escala y arpegio
se unen para reforzar el papel de la tónica.
Esta sonata posee un
particular interés rítmico.
“Movimiento
organizado” es la definición de ritmo que considero más adecuada. Presente en
todo, tanto en la naturaleza como en las actividades humanas, sus elementos
musicales más comunes –pero no los únicos- son la intensidad y la duración.
Además del ritmo armónico, viejo conocido, también la altura, el timbre, la
textura, entre otros, pueden estar en función rítmica.
En esta pieza, es la
altura la que Scarlatti usa como uno de sus componentes fundamentales, altura
que influye considerablemente en la percepción de la métrica.
Todos los cruzamientos
de manos de la pieza se producen en el comienzo del segundo pulso del compás,
con una única nota que la izquierda toca en una tesitura más aguda que el resto
de los sonidos. Se pierde así (relativamente) la percepción del primer pulso y
el segundo pretende ocupar ese lugar. Además, lo ayuda la melodía, como se
puede apreciar en estos ejemplos:
Sin embargo, la
armonía continúa fiel a la métrica escrita, tal como se muestra en los mismos
ejemplos. (El acorde de Re en segunda
inversión en los cc.
Podría considerarse
que esta tensión entre los dos primeros pulsos del compás está insinuada desde
el mismo inicio de la sonata, si se escucharan como anacrusa a un primer tiempo
las dos semicorcheas con que empieza. En los compases siguientes, el contexto
hace que se disipe esa percepción.
Cuando, en el c. 21,
Scarlatti decide regresar a la ubicación métrica original, sentimos que los dos
últimos pulsos del compás 20 constituyen uno de 2/4. Entonces, el autor insiste
en la tensión entre métrica de 2 y de 3: percibimos la secuencia de los cc. 23 a 25, como una serie de
compases binarios. Ocurre lo mismo en la segunda parte, entre los cc. 56 y 61,
sólo que ahora no en Re mayor, sino
en si menor.
Como conclusión quiero
volver a decir (¿lo he dicho en anteriores entregas?) que existe una tendencia
a sobrevalorar, en el análisis, el papel de la armonía y la tonalidad. Hay
quienes creen que conociendo los acordes ya saben todo (o casi) sobre una obra.
Esta sonata está en si menor, después
va a la relativa (Re mayor) y
finalmente, antes de regresar a la tónica, transita por la dominante (fa# menor). Hay miles y miles de piezas
con ese plan tonal o con uno similar, algunas buenas o muy buenas, otras, no.
Es que, por supuesto, no es eso lo que fija su valor musical. Si bien es muy
útil conocer la armonía y el proceso tonal de una pieza, existen otros factores
que pueden estar determinando el interés que despierta o el placer que produce
escucharla o ejecutarla. Y más aún, si no tomamos en cuenta dichos
factores, tanto la audición como la
ejecución conscientes se verán negativamente afectadas.
miércoles, 20 de agosto de 2014
ANÁLISIS DE LA SONATA K 159, EN DO MAYOR, DE SCARLATTI
(En la entrega del mes
anterior hay información sobre el autor y la forma sonata que puede resultar de
utilidad.)
El carácter de esta
pieza es diferente al de la anterior. Aquélla era lírica y algo así como
contemplativa. Esta, en cambio, es un giocoso
alegre y punzante.
En cuanto a la forma,
se encuentra más próxima que la otra al esquema de la sonata clásica.
La primera parte va
también de la tónica a la dominante y tiene, asimismo, dos elementos temáticos.
Pero no hay un verdadero conflicto entre ellos:
La armonía de los
primeros cuatro compases se encuentra construida sólo con los acordes de tónica
y dominante de la tonalidad principal;
la melodía, dentro del pentacordio 5º - 1º, es un arpegio ‘relleno’ de
este último grado, con la tónica en
todos los lugares métricamente fuertes y
de mayor duración, y la mano izquierda sobre el arpegio de ésta. El Do mayor grita por todos lados su
presencia.
Sin embargo, ya en ese
comienzo se está produciendo un interesante contraste de sonoridades: todos los
intervalos armónicos son suaves 3as. y 6as., todos menos los que tienen la nota
sol (la dominante) en el bajo; éstas
son 5as. La 5ª, una de las consonancias llamadas perfectas, fue utilizada como destacadísimo
intervalo armónico vacío en la Edad Media.
Pero después la sensibilidad se modificó y en la medida en que la triada se iba
imponiendo, la 5ª fue siendo sustituida por la sonoridad menos agresiva de la
3ª y su inversión. (Los ingleses fueron pioneros en este asunto.) En la música
“culta”, la quinta vacía quedó finalmente limitada a ‘efectos especiales’[1] (y,
por supuesto, a su preponderante función estructural). Pero, sea cual sea la
razón por la cual la 5ª está aquí sonando (probablemente por influencia de la
música popular), lo cierto es que produce un considerable ‘efecto especial’.
Aunque todavía totalmente dependiente del do,
la nota sol comienza a destacarse.
En los siguientes
cuatro compases, una edición incluye fa# en
acciacaturas de los cc. 5 y 7; otras,
fa natural y alguna ni siquiera ubica
este adorno en esos compases (tal es el caso de la versión reproducida aquí; y
lo mismo ocurre con las grabaciones). Sea
el fa alterado o no, sigue
sobresaliendo el sol, todavía como
dominante de Do: en él finaliza la
armonía en los cc. 6 y 8, como culminación de un movimiento horizontal al que
después me referiré.
En el tercer segmento
de frase (cc. 9 a
12) aparece el fa#, como parte de un proceso modulatorio que nos lleva a la
tonalidad de la dominante y se escucha, asimismo, un re (5º grado de sol) en
el bajo, aunque la armonía no lo tiene como fundamental. Nos hemos estado
progresivamente trasladando hacia Sol mayor,
adonde llegamos (a su tónica) en el c. 13. Desde este compás hasta el final de
la primera parte (c. 26) permanecemos sólidamente amarrados a la nueva tonalidad,
con la abrumadora presencia de sus acordes de tónica y dominante.
Oímos también un nuevo
tema, pero entre las dos tonalidades –repito-, Scarlatti no plantea un conflicto.
Establece Do mayor en los primeros
compases y enseguida comienza a deslizarse hacia la tonalidad de la dominante,
de tal modo que es ésta la que predomina en el conjunto de la parte. La
exposición no es la de la sonata clásica.
Insisto sobre el
punto: el primer tema, que tiene (relativa) movilidad, finaliza todas sus
unidades melódicas con notas pertenecientes al acorde de sol. La única vez que no lo hace termina en fa#, sensible de la tonalidad de esa nota. El segundo tema, estático, tiene con el sol algo así como una obsesión.
Dije antes que esta
sonata está más cerca de la forma de la clásica. Después de la doble barra del
c. 26 parecería que ingresamos a la sección de desarrollo de ésta. Pero lo que
encontramos, sí, es una oposición entre lo que se escuchó antes (modo mayor,
con predominio de la dominante) y lo que suena ahora (modo menor, con
preeminencia de la subdominante). Esta estructura, apenas insinuada en la
sonata que se analizó el mes pasado, aparece en ésta con más fuerza, una
estructura simétrica (1º - 5º y 4º - 1º, dos 5as. ascendentes) muy frecuente en
el barroco.
Esta sección (17 cc., cerca de la tercera
parte de la pieza) tiene secuencias, modulaciones, transformación temática y,
al final, lo que llaman retransición, inmediatamente antes de recapitular,
todos ingredientes que vamos a encontrar en los desarrollos de la sonata
clásica. Además, está diseñada (en cuanto al ritmo y las proporciones) para que
supongamos que se trata de una pieza ternaria y no binaria.
Desde la anacrusa al
c. 27 hasta la mitad del 30 estamos en un débil do menor (la tónica, por ejemplo,
se encuentra en 2ª inversión). El pasaje por esta tonalidad suaviza la
llegada, por medio de una secuencia, a un mucho más sólido fa menor (tónica en posición fundamental, acordes completos de i y
de V7en mano izquierda) del que sale, a través de otra secuencia, nuevamente
hacia do menor, retransición para la
recapitulación, que está en Do mayor.
Además (y este es otro
elemento que la acerca a la estructura de la clásica), en toda la mitad inicial
de la segunda parte (anacrusa al c. 27 hasta el 43) sigue presente la tensión
provocada por la modulación a la dominante, es en cierta medida una
prolongación de ésta: comienza, durante cuatro compases, con un casi pedal de sol, y es con su acorde que termina,
para iniciar inmediatamente la recapitulación en Do mayor. (Si fuera un huevo, podríamos decir que la cáscara está
en la dominante, la clara en la tónica y la yema en la subdominante.)
Es justamente esta
sección central la que tiende a aproximarnos a la forma de la sonata clásica.
Desde la anacrusa al
c. 44 hasta el final de la pieza regresamos a esa tonalidad de Do mayor. Están presentes los dos temas,
con cierta modificación en las proporciones y la desaparición absoluta de toda
referencia a la tonalidad de la dominante. (En el video incluido en esta
entrega, en los compases 58 y 59, el pianista toca notas que no aparecen en la
partitura. ¿Por qué habrá tantas diferencias en las versiones? ¿Tendrá relación
con el relativo poco interés que ha despertado el autor a través del tiempo?)
(Alguna división es
ambigua y, además, hay anacrusas en toda la pieza.)
En cuanto a la división
en compases es bastante regular. Predomina el número 4, y especialmente el 2.
Sólo hay tres pequeñas extensiones en los momentos cadenciales más importantes.
En muchos momentos hay
repetición de los dos compases anteriores o, en su defecto, variación de los
mismos para lograr mayor fluidez. Sin embargo, en el segundo tema, Scarlatti
sustituye el 2 + 2 por 1 + 3. Mantiene la regularidad del 4, pero introduce así
otro elemento de contraste entre los dos materiales temáticos. Y a partir de la
anacrusa al c. 38, en la secuencia que lleva a la retransición, utiliza
eslabones de un solo compás (en casi el único pasaje de la sonata en que algo
se desdibuja la férrea división en 4).
Señalo en esta pieza,
como ya lo hice en la de la entrega anterior, el abundante uso de las 3as. paralelas,
una nueva sonoridad ligada al cambio del lenguaje contrapuntístico del barroco
al armónico del inminente clásico.
Indico también, del
mismo modo que en el análisis del mes pasado, que el autor plantea algunas
diferenciaciones importantes al interior de cada tema.
En el inicio (anacrusa
al c. 1 hasta la mitad del 4), las dos manos tienen el mismo ritmo (con
excepción del trino de mano derecha) y todas las notas pertenecen a un
determinado acorde, con una armonía absolutamente vertical.
En los dos segmentos
que siguen (de la anacrusa al c. 5 hasta el 12) aparecen apoyaturas, que le
quitan transparencia al discurso; el mismo papel que desempeñan las frecuentes acciacaturas. Además, el autor introduce
el elemento horizontal en la armonía, con un bajo do-si-la-sol (todavía en Do
mayor) que se convierte en los acordes paralelos de 6ª con las mismas notas y
que, finalmente, con el agregado de la armonía de fa# conduce a Sol mayor.
Por último, habría que señalar que los primeros cuatro compases se mantienen
melódicamente a la misma altura, mientras que los ocho siguientes resultan
descendentes. Esto con respecto al primer tema.
En el segundo (c. 13 y
ss.) también hay contraste interno. El primer compás de los dos segmentos
iniciales está constituido, en mano derecha, sólo por 3as. paralelas en grados
conjuntos, mientras que los compases restantes, si bien conservan las 3as. en
el centro de su estructura, tienen saltos muy pronunciados, tanto en el agudo
como en el grave. He ahí el contraste. En cuanto al último segmento de la
parte, mantiene las 3as. paralelas durante cuatro compases y reserva los
brincos, en forma de arpegio descendente de tónica, para los dos compases
finales, que es la ruptura de la regularidad del 4.
Hasta ahora señalé
algunas diferencias entre primer y segundo tema: la tonalidad, el carácter
descendente del primero contra la estaticidad del que le sigue, la distinta
división formal del número de compases. A esto habría que agregar el tipo de
armonía: los primeros cuatro compases y todo el segundo tema utilizan una armonía
vertical, mientras que el resto del tema inicial practica una horizontal.
Hay más: buena parte
del segundo tema se escucha sincopado; la mano derecha sustituye, en los
hechos, la métrica de 6/8 por la de ¾.
Pero insisto: no
hallamos en esta pieza el conflicto tonal propio de la sonata clásica. Seguimos
en la sonata binaria y, en mi opinión, con la vitalidad y la alegría del mejor
Scarlatti.
[1] Uno de sus efectos especiales más comunes es el de la imitación del
intervalo característico de los cuernos de caza. Una de las ediciones de esta
sonata incluye, justamente, el título de La
caccia. Desconozco si ese nombre le fue dado por el propio Scarlatti o si
se trata –como en otros ejemplos ilustres- de la imaginación del editor.