viernes, 21 de noviembre de 2014

PROKOFIEV: ANÁLISIS DEL No. 4 DE VISIONES FUGITIVAS, OPUS 22

Nuestra actividad está siempre condicionada por el momento y el lugar en que vivimos. El caso de Sergio Prokofiev (1891 – 1953) me parece particularmente significativo, tanto por su personalidad como por razones histórico-políticas. Fue “el niño terrible” de la música rusa en los años inmediatamente previos a la revolución de 1917, aunque también en ese período compone su primera sinfonía, que él mismo llama “clásica” (escrita antes que Pulchinela de Stravinsky, tradicionalmente considerada como el inicio del movimiento neoclásico[1] en la música europea). Prokofiev consideraba que esa hubiera sido la que habría escrito Haydn de haber vivido a comienzos del siglo XX. Un poco antes de la composición de esta obra se había estrenado, con bastante escándalo, su Suite escita, una pieza que, para algunos, es una “poco sutil” imitación de la Consagración de la primavera, escuchada por primera vez pocos años antes. En 1918 se traslada a occidente, en donde actúa como pianista y da a conocer sus obras. En la década de los 30 regresa a la Unión Soviética. Algunos dicen que volvió porque no podía hacer sombra a otros dos rusos emigrados: a Stravinsky[2] como compositor, a Rachmaninov como pianista. Otros sostienen que fue la nostalgia de la patria. Tal vez todos tengan parte de razón. Su retorno a la URSS coincide con el período de absoluta consolidación del realismo socialista. Como consecuencia de ello debe adaptar su lenguaje a lo exigido por el régimen, lo cual no siempre le resultó fácil. En 1948, por ejemplo, junto a Shostakovich y otros, fue acusado de formalismo burgués, acusación que fue retirada cuando se sometieron al criterio oficial. Tanto ciertos rasgos de su personalidad como los lugares y el momento en que desarrolló su actividad musical fueron determinando, en grado considerable, los rumbos que tomó su lenguaje. Pero, a pesar de los cambios que se pueden apreciar en él, Prokofiev es siempre Prokofiev. Su tendencia a un humor que llega hasta lo grotesco y una pronunciada rudeza, enmarcados en una personalidad  extrovertida, son algunos de los rasgos que lo distancian considerablemente del carácter en general pudoroso de un Ravel[3] (que analicé el mes pasado), con quien, sin embargo, encuentro similitudes tal vez no perceptibles a ‘simple oído’.
 




Las Visiones Fugitivas[4], op. 22, es una obra de juventud. Se trata de veinte piezas breves, escritas entre 1915 y 1917, en las que es posible hallar las características señaladas en el párrafo anterior, así como un lirismo y una capacidad de invención melódica muy prokofianos.

La siguiente es la estructura formal de la No. 4, que analizamos hoy:

 


Pese a que la tercera sección está derivada de la primera, la transformación es tan grande que no me animo a decir que la forma es ABA’, sino que me inclino (con reservas) a un ABC.

Desde el punto de vista de la estructura armónico-tonal, esta pieza se caracteriza por la presencia casi constante de ostinatos y pedales armónicos (además de algunas reiteraciones con  eslabones demasiado largos para, quizás, ser consideradas ostinatos –cc. 5 a 8 y 21 a 24, construidos ambos segmentos sobre un pedal-), lo cual provoca que su ritmo armónico sea lento. Asimismo, los primeros cuatro compases, que no tienen ostinato ni pedal, están construidos sobre un solo motivo y una única sonoridad armónica, que predominará en toda la primera sección. Solamente en los cuatro primeros compases de la sección B (cc. 17 a 20), en los que la armonía cambia en cada pulso, no recurre a ninguno de los procedimientos indicados. No obstante, todos ellos se edifican sobre arpegios de 7ª mayor que bajan cromáticamente siempre con el mismo diseño (volveré a referirme a ellos).

Otro rasgo distintivo es la casi total sustitución de la 5ª por el semitono en la función dominante. En los primeros cuatro compases, el autor presenta tres notas –do, mi y lab- ¿con pretensiones de ser la tónica?, ubicadas al final del prácticamente único motivo de la pieza. Las sentimos así, como posibles 1er. grado, porque están precedidas por los que serían 6º y 7º  de la tonalidad correspondiente, es decir, en el caso de la sensible, por el semitono. Por la cantidad y la ubicación de sus apariciones, el do tiene preeminencia, nuestro oído tiende a identificarlo como el sonido central.

Las tres notas mencionadas forman un acorde de 5ª aumentada. Esta armonía está formada por la superposición de dos 3as. mayores y divide la 8ª en tres partes iguales. Cualquiera de los sonidos puede ser sentido como fundamental y Prokofiev mantiene la incertidumbre, sobre todo con dos de ellos, mientras le asigna al tercero un papel tan inesperado como relevante. La percepción de las posibles tónicas, tanto en los primeros compases como en el resto de la pieza –insisto en el punto-, se produce melódicamente por medio de las sensibles, y no por el encadenamiento 5º - 1º. (La sección final está construida con la alternación de acordes de mi y de Do que si bien están precedidos por sus respectivas sensibles pueden perfectamente  interpretarse como iii – I, el primero de ellos  sustituyendo al V. Sin embargo, aunque válida, está explicación así, sin más, me parece reduccionista.)

El semitono es aquí, de muchas maneras distintas, el intervalo más importante, fuente de las ambigüedades y de las certezas que nos propone el autor a lo largo de toda la Visión.  En varios momentos de las dos primeras secciones hallamos pasajes cromáticos; el acorde de 7ª mayor, muy empleado en la segunda sección,  verticaliza (e invierte) el semitono;  ¡19 compases de la última parte! (que tiene 21) están construidos sobre un ostinato cuyas notas superiores son el medio tono si-do; las dos sensibles, superior e inferior, del do y el mi, presuntas tónicas que tienen también una gran presencia, aparecen casi constantemente.

Do y sus sensibles:
                             
Mi y sus sensibles:      
                            
 
Aunque el fa puede ser considerado, a veces, como la subdominante de do, en otros momentos se trata, creo que indudablemente, de la sensible superior de mi.

      
 
(Inicié el ejemplo anterior en el c. 26, pero la función sensible del fa comienza en el 21.)

He dejado para el final un uso del semitono tan importante como menos audible que los otros. El lab, muy presente en la primera sección, en la tercera resuelve en sol. De ese modo, el acorde aumentado se convierte, a distancia, en el perfecto mayor de Do. El lab, que nunca compitió por ser tónica, cumple, en cambio, una función estructural de primer orden: pierde su identidad para ofrecernos la estabilidad final.
 
                            

Los compases 5 a 8 (versión libre y extendida del motivo inicial) presentan, en las tres voces superiores,  un cromatismo que reaparecerá durante la pieza,  contrastando con el diatonismo que, como veremos, está reservado para la sección final.

El último acorde del c. 8 (7ª de dominante en 3ª inversión) es casi el único en toda la Visión en la que se insinúa el encadenamiento V – I, con do como tónica.

Y ya aquí comienza la batalla entre el do y el mi por ser el centro. El do tiene ventaja, pero el mi no se rinde.

En los siguientes ocho compases regresa la armonía de 5ª aumentada en ambas manos: en la derecha, lo que se oyó en los primeros cuatro, comprimido y limitado al registro agudo; en la izquierda, como arpegio en el primer pulso de cada compás, con el do como nota más grave. A este arpegio sigue el de reb, ¿sensible superior de do? (¿O, tal vez, sugerencia de lab como dominante –fallida- y reb como tónica?) Y la disputa continúa: los cc. 12 y 16, los últimos de cada frase, finalizan, en la derecha, con unos mi muy llamativos.

Lo que sigue es B, yuxtapuesta a la primera sección. Se trata de una ‘cortina’ de semicorcheas que separa (y une) los segmentos extremos, que están construidos con el mismo material pero que son radicalmente diferentes. Desde el punto de vista tonal, esta sección es, por lo menos al comienzo, de una total indefinición. Y se inicia, como se dijo, con un descenso cromático de acordes disonantes (7as. de los modos mayor y lidio)  que desemboca en una reaparición del material de los cc. 5 a 8, ahora reducido a una sola mano, como ocurrió anteriormente con el de los cc. 1 a 4.

A partir del quinto compás de B, la ‘cortina’ de semicorcheas también se reduce a una sola mano, lo que prepara la placidez estática de la última sección.

Los compases 21 a 24 están construidos sobre un pedal fa que se encuentra en el bajo (como se dijo, versión renovada de los cc. 5 a 8) y todos los pulsos de la mano derecha comienzan con las notas del acorde de fa menor (aunque en la mano derecha se escucha el la natural). Aquí, por lo que sigue, el fa parece estar al servicio del mi, ser su sensible superior.

Los últimos cuatro compases de la sección B son la cadencia a la sección final. En ella encontramos, en mano izquierda, un ostinato constituido por las dos sensibles de mi, y en la derecha, en los dos cc. que finalizan la sección, una preponderante presencia de las dos sensibles de do. Y ambas manos resuelven, respectivamente, en mi y en do.

Parecería, entonces, que continúa fuertemente la competencia entre los dos sonidos, aunque quizás no sea así y el mi ya esté derrotado. Porque, por un lado, ha desaparecido el lab de la primera sección, convertido en un sol que asegura la consonancia de la triada de Do y, por otro, el acorde de mi tiene su 5ª en la voz superior, por lo que escuchamos, durante diecinueve compases, si-do, si-do, si-do…, esto es, sensible – tónica, sensible – tónica, sensible – tónica… Ya es demasiado. Sin embargo, el mi hace un último esfuerzo: cuando la voz superior de la mano izquierda, que nos ha estado recordando el motivo inicial, hace escuchar la nota sol, la voz inferior de esa mano la sustituye por el si. Durante tres compases, la 5ª si – mi intenta recuperar el protagonismo, pero es inútil.  En el penúltimo compás de la pieza, Prokofiev elimina el si. El do ha triunfado.

Y este compás es el último claramente audible. Resulta difícil escuchar, en el piano, el sol del c. 49, una nota que fue atacada p (¿o pp?) cinco compases antes. De hecho, no he podido oírlo en los CD a los que he tenido acceso. Algunos compositores (Bach entre ellos) escriben, a veces, cosas que sólo se ven, con lo que quieren mostrar una intención que el instrumento elegido es incapaz de hacernos percibir. A pesar de que la música es el arte de los oídos recurren a los ojos para lograrlo.

¿Y por qué lo haría aquí Prokofiev, en el caso de que ese fuese su deseo? Se me ocurren dos razones. Una, el autor buscaría dar al sol un papel protagónico porque es la nota que permitió a la pieza estabilidad estructural al resolver en 5ª justa, la aumentada del inicio. Otra, el sol es el único sonido común diferente a do y mi que tienen los acordes de estas notas. Sería, entonces, de un modo levemente humorístico, el recordatorio final de la lucha que hemos presenciado entre las dos.

La 3ª sección es absolutamente diatónica. Sólo deja escuchar cinco notas, todas ellas sonidos naturales. Faltan el fa y el re, las dos representantes de la subdominante de Do, que, finalmente,  es el centro tonal. Contrasta, así, en dos sentidos, con la 2ª sección. Esta tiene una mano izquierda cromática y el fa, en ambas manos, desempeña un papel importante.

Desde el punto de vista rítmico creo útil realizar dos señalamientos:

En la primera sección escuchamos sólo corcheas; en la segunda, casi únicamente semicorcheas, y en la última, se oyen nada más que negras. No conozco otra pieza en que las figuras estén distribuidas de una manera tan rigurosa.

El segundo: la pieza está en 6/8, una métrica binaria en cuanto a la cantidad de pulsos por compás y ternaria con respecto a la división de cada pulso que, en la última sección, pasa a ¾, que es lo contrario, ternaria si nos referimos al número de pulsos y binaria en cuanto a cómo éstos se dividen. Se trata de algo extremadamente común, tanto  en la música ‘tradicional’, como en la ‘popular’ y en la ‘clásica’. Pero aquí, en la métrica de ¾ sólo aparecen figuras que tienen la duración del pulso, no menores que éste. De modo que lo que escuchamos es únicamente un juego hemiolado entre compases de 2 y 3 pulsos. Pero, además, desde el comienzo del cambio de compás existe una alternancia de los acordes de mi y Do que, rápidamente, nos cambia la percepción de la métrica: el ¾ se transforma, en los hechos, aunque no en el papel, en 2/4. Pero en el c. 34, el ¾  se restablece, porque se escuchan las notas iniciales si – la - si – do, en métrica ternaria. Regresa después la percepción de un compás de dos pulsos, pero el autor repite el procedimiento: la reiteración variada del motivo inicial, a partir del c. 40, nos devuelve a lo ternario, otra vez por poco tiempo.

En esta pieza, Prokofiev renuncia a mostrarnos su bien ganada fama de melodista. Sólo se escuchan el breve motivo inicial, sus derivados y, en la segunda sección, escalas ascendentes y, sobre todo, descendentes. Nada de lo que habitualmente se considera melodía.

A pesar de ser una pieza muy corta, ocurre en ella una importante modificación en cuanto al carácter. La primera sección es impetuosa y tensa.

El ímpetu, además del casi constante fluir de  corcheas en un tempo rápido, está ligado a la casi omnipresencia del motivo, de sólo cuatro notas y de índole conclusiva, pero que el autor ‘engancha’ una y otra vez de modo que no le permite ‘disfrutar’ de su resolución, porque cuando llega a su término ya empezó a oírse de nuevo con otro destino. De ese modo renueva constantemente la energía.

La tensión está provocada por la armonía, que nos hace oír casi de continuo la indeterminación de la 5a aumentada. Y, cuando en el c. 4, (única detención en el flujo de corcheas) parece ofrecernos una muy relativa sensación de estabilidad, arremete enseguida con un segmento cromático, tonalmente indefinido, que desemboca en ocho compases, los últimos de la sección, en los que nuevamente predomina la 5ª aumentada. Es la misma 5ª aumentada, pero en una nueva versión, en la que la cadena de motivos aparece como ‘tartamudeando’, perdiendo continuidad y sustentada en un ostinato arpegiado que nada nos aporta para clarificar la tonalidad en que nos encontramos. Ambas cosas contribuyen a acrecentar el carácter tenso de la sección.

Aunque la lluvia de semicorcheas, el cromatismo de la mano izquierda y el cromatismo “a distancia” de la derecha mantienen el carácter del comienzo, éste tiende a distenderse en la 2ª sección. Hasta me atrevería a afirmar que desempeña casi una función transicional entre las dos partes extremas. Y sus últimos cuatro compases (cadenciales) preparan para la sección final.

Esta es absolutamente estática. Se podría decir que sus 21 cc., cerca de la mitad de la pieza, constituyen una extensísima cadencia en la que sólo se aprecia la ‘sorda’ lucha entre un mi –que se juega inútilmente sus últimos cartuchos- y un Do que se sabe ganador.
Al producirse la crisis de la tonalidad funcional, a comienzos del siglo XX, muchos de los compositores que se mantuvieron fieles al principio de la existencia de sonidos centrales desarrollaron, cada cual a su manera, las ambigüedades que esto les ofrecía, ahora que habían dejado de respetarse casi como sacrosantos los tratados de armonía. (Bueno, este proceso había comenzado ya en el XIX.) Y Prokofiev fue sin duda uno de ellos.



[1] Neoclasicismo parece un término poco afortunado. Stravinsky,  por ejemplo, en su período que todos consideran neoclásico, se nutrió del barroco, del clasicismo, del período romántico e, incluso, del Renacimiento.

[2] Con quien tuvo una relación conflictiva.

[3] Prokofiev dijo una vez que Ravel era el único músico francés que sabía lo que hacía y que la música de Debussy era una gelatina invertebrada.

[4] Ese mismo título ya había sido usado por Clara Schumann.