martes, 21 de octubre de 2014

RAVEL: ANÁLISIS DE “MINUÉ SOBRE EL NOMBRE DE HAYDN”

Durante los siglos XVII y XVIII el minué fue una danza muy afortunada. En el XIX prosiguió su marcha triunfal, pero ya no como minué, sino transformado en scherzo.

De origen popular, Jean Baptiste Lully lo introdujo en la corte francesa. Durante el reinado de Luis XIV (aquel poderosísimo rey, emblema del absolutismo, amante de la danza y bailarín él mismo) el minué se extendió con gran éxito por toda Europa. 

Como muchas otras danzas también viajó a América y allí se arraigó en algunas zonas, adquiriendo ciertas características propias.

Finalizado el barroco, comienza a desarrollarse en Europa el género sonata, al cual se le incorpora una danza de ese período, precisamente el minué. En consecuencia, todos los compositores del clasicismo los escriben, ya sea como parte de las sonatas para teclado, de los cuartetos u otras obras de cámara, de las sinfonías, de las óperas e incluso se componen como piezas independientes.

En esa época se le agrega lo que se ha llamado trío. Se trata de otro minué, más liviano (de ahí su extraña denominación), colocado entre el primero y la repetición de éste, lo que hace que su forma, originariamente binaria, se convierta en ternaria, una forma ternaria constituida por tres binarias.

Durante el siglo XIX se produce en la música europea otra profunda modificación de la sensibilidad: el carácter objetivo de la música del clasicismo es sustituido por una búsqueda creciente de la subjetividad. Y el minué no es ajeno a este cambio. A caballo entre las dos centurias aparece Beethoven -un compositor estructuralmente clásico con una sensibilidad próxima al inminente romanticismo-, principal responsable de la transformación del minué en el scherzo. Este modifica, sobre todo, el tempo y el carácter de aquél, se hace más rápido y abandona, en general, su característico buen humor. Pero los ‘genes’ del minué siguen viviendo en su ‘hijo’.

Me ha parecido interesante mostrar dos ejemplos extremos de este proceso, un minué de Lully y un scherzo de Beethoven.[1]


Minué de Lully


Scherzo de Beethoven

En el siglo XX, compositores de sinfonías (y de música de cámara) siguen incluyendo el scherzo en sus obras, siempre con un carácter muy distinto al de la danza de la que surgió.

En 1909, al cumplirse el centenario de la muerte de Haydn, el musicólogo francés Jules Ecorcheville, como parte de un homenaje al compositor, organizado por la Sociedad Internacional de Música, encargó a varios compositores galos la creación de una pieza sobre su nombre (el de Haydn, claro), a partir de la notación alfabética germana. Dispuso que musicalmente debía leerse así: Si – La – Re – Re – Sol.[2]

Ravel fue uno de los seis que cumplió con la propuesta y compuso un minué.[3]


 


Realmente no entiendo la relación entre la música de Ravel y las imágenes de este video.

La pieza es particularmente motívica.

El primer motivo, construido sobre el nombre de Haydn, aparece varias veces, y Ravel emplea en él los procedimientos de retrogradación e inversión-retrogradación. En todos estos casos coloca las letras del nombre encima de las notas correspondientes. Pero, sin indicación expresa del autor, el motivo se encuentra varias veces más: levemente variado o transportado, siempre retrogradado (cc.27 a 34) y en la mano izquierda del comienzo de la recapitulación, ahora en su posición normal (cc. 44 a 46). 

En el c. 3 encontramos otro:


que está también, invertido y retrogradado, en el c. 7:

  
Naturalmente, vuelve a aparecer enseguida, en sus dos versiones, puesto que los cc. 9 a 16 son la reiteración de los primeros 8.

Volvemos a encontrarlo con bastante frecuencia a partir del c. 19, en su presentación invertida retrogradada, generalmente sin la primera nota. Y está presente por última vez en el c. 45.

El motivo que más utiliza Ravel en el minué lo hallamos por primera vez en los cc. 4 y 5. Consta de dos corcheas que suben por grado conjunto y ‘resuelven’ de distintas maneras, muchas veces con notas ornamentales previas a la resolución.  Entre ésta y las dos corcheas puede haber diferentes intervalos. Veamos algunos ejemplos:


 
 
 
Pero hay más. En muchos otros lugares (por ejemplo en c. 19 y ss., en 22 y ss., en 27 y ss.) encontramos resonancias de los motivos señalados.

La forma de esta pieza es binaria redondeada (y no tiene trío), pero ha pasado mucha agua bajo los puentes de la historia desde el siglo XVII hasta el XX.  

Al comienzo, Ravel es muy ‘juicioso’: la parte A de la forma binaria, los 16 primeros compases, son 8 cc. y su repetición, prácticamente idéntica, como ocurre en muchísimos de los minués barrocos y clásicos. Además, divide los 8  cc. en dos grupos de 4 y cada uno de éstos en dos de 2.

Es en lo que sigue, en la parte B, que encontramos, en lo que respecta a la forma, la huella del tiempo histórico transcurrido

Se trata de un segmento mucho más extenso, de más del doble de compases. La organización interna es más flexible, aunque mantiene, en general, no siempre, la división en 8 y en 4. Sus dimensiones no deberían sorprendernos, porque algo similar ocurre ya en minués del siglo XVIII y, como veremos enseguida, esto no pasa sólo por tratarse de una forma redondeada, que recapitula el primer material.

Esta parte B es un desarrollo, recurso que surge en el período clásico y que ya Haydn  aplica a veces al minué. La melodía de los primeros 8 compases (anacrusa al 17 hasta el 24) es inmediatamente transpuesta a la 5ª superior, pero al alcanzar el punto más alto, en el c.27, la transposición baja un semitono: no se encuentra ya a la 5ª justa sino al tritono con relación a lo anterior (más adelante volveré sobre esto).

El desarrollo continúa 6 cc. más y llega, entonces, a lo que podríamos llamar la gran novedad formal de este minué: una retransición, como la que se encuentra en la forma sonata justo antes de recapitular, lo mismo que hace aquí Ravel en un género en el que este recurso no se usa.

El último compás de esta retransición (el 43) es, al mismo tiempo, el primero del regreso al material inicial.

(Volveré a ella, para enfocarla desde distintos ángulos.)

El minué finaliza con 12 compases (recapitulación y cadencia final) que se pueden dividir en 4 + 4 + 4. Regreso a la absoluta regularidad.

La armonía es puro Ravel: 7as. y 9as., la mayoría de ellas en posición fundamental, y abundantes notas no armónicas de distinto tipo.

A partir del c. 27 comienza a cromatizarse. El  primer síntoma de esto es el descenso de un semitono, al que me referí antes, en la transposición a la 5ª que ocurre en B. De ahí en más sigue haciéndolo hasta llegar a la retransición, el segmento más cromático de todos (que es, además, el clímax de la pieza, no sólo por la tensión que provocan tanto los semitonos como los tritonos, sino porque allí alcanza el punto melódico más agudo, y el más grave hasta ese momento).

Me parece importante destacar que, pese a la enorme tensión que debería sentirse en los compases 38 a 43, no se rompe en ningún momento esa característica sonoridad raveliana en la cual, aunque no se escuche así, incluye las disonancias más ásperas.

Creo que, en este caso, puede deberse a dos razones: en primer lugar, a la extensa preparación del cromatismo, que acostumbra adecuadamente nuestro oído, y en segundo lugar, a que ese cromatismo y la inmensa mayoría de los tritonos están ‘ocultos’ en la parte central, mientras que las voces extremas (que son las que más se destacan) nos hacen oír un pedal (en el bajo), mientras en el pentagrama superior aparecen acordes triádicos, en su mayoría consonantes, y otros sin 3ª, todos con su 8ª.

Al salir de la retransición y entrar en la recapitulación, desaparece el lenguaje cromático.

La pieza está en Sol mayor. A la tónica llega en el c. 4, después de un ambiguo inicio. Inmediatamente va a la tonalidad de la dominante, comportándose como un minué ‘bien educado’. Sin embargo, ya ocurre algo un poco sorprendente: llega a Re mayor montado en un pedal de si.

En el comienzo de la parte B regresa brevemente a la tonalidad principal y, a continuación, se escuchan los # del do, el re, el sol, el la y el  mi, lo que hace que penetre profundamente en el área de dominante. Hay, también, una cascada de 5as.: sol (y con una interrupción) do#, fa# y si (ya en la retransición).

Debe señalarse la importancia que en esta pieza tiene el 3er. grado, si. Es la primer sonido, el segundo acorde, el primer pedal armónico y, como se dijo, la nota en todo sentido fundamental de la retransición, la misma en que comienza la recapitulación.

Esta se encuentra en el área de la subdominante, que Ravel ha dejado para el final. Contrasta fuertemente con lo escuchado anteriormente, en especial con la retransición. La recapitulación pasa primero por el 4º grado (Do mayor), después por el 2º (la menor) y, finalmente, antes de la cadencia final  V-I, recurre a la Napolitana, de modo que se escucha en el bajo:


Este segmento sirve para compensar la energía producida por el cromatismo y la honda sumersión en el área de dominante.

Los minués tienen una métrica de ¾. También éste. No obstante, presenta algunas particularidades que merecen señalarse.

En los primeros compases, el autor ha colocado unos acentos que indican, con toda claridad, que se debe percibir una métrica binaria (y lo mismo ocurre en los finales del 14 y ss. y del 42 y ss.). Pero en los cc. 5 y 6, esos mismos signos muestran el establecimiento, ahora sí, de la cifra colocada al inicio de la pieza. También  en c. 36 y ss., la escritura indica la voluntad del compositor de que se escuche una métrica binaria.

En la retransición sucede otro fenómeno métrico interesante. Mientras los dos pentagramas inferiores se mantienen, digamos, neutrales en este aspecto (aunque el central se inicia acentuado), el superior, en donde está la melodía, desplaza el acento métrico del primer al tercer pulso, en coincidencia con el motivo del nombre de Haydn,  que inicia la recapitulación.

Es interesante señalar de qué modo el autor maneja aquí el ritmo global de la pieza, en el que se incluyen todos los parámetros (armonía, melodía, cadencias…). Alterna, de una manera bastante regular, movimiento y su retención. Ya se puede apreciar en los primeros cuatro cc., en los que, en los últimos dos, se produce la detención provocada por la cadencia. Pero esto se hace mucho más evidente si consideramos los ocho iniciales como una unidad. A partir del quinto (con su anacrusa) se produce un ‘parate’, provocado por el pedal armónico en mano izquierda, la repetición de motivos y acordes en la derecha, ‘parate’ que, finalmente, algo se distiende para dar lugar a la cadencia sobre Re. En los siguientes 8 cc. ocurre lo mismo, ya que son la repetición de los anteriores.

La parte B (anacrusa al c. 17) comienza, melódicamente, con una escala ascendente, es decir, con movimiento, y al llegar a su punto culminante se detiene, repitiendo un motivo estancado, inicialmente, en su resolución sobre re y después sobre fa#, mientras los dos sonidos más graves de la mano izquierda hacen sonar un nuevo pedal.

Empieza, entonces, el segmento melódicamente transpuesto (anacrusa al c. 25), con una estructura muy similar aunque más extensa: escala ascendente  y, a continuación, retención del movimiento sobre sol#, sol, do# y otra vez sol, mientras en el bajo se escuchan pedales sobre do# y fa#.

Esto conduce a la retransición, el momento más tenso de la pieza, en el que, sin embargo, sale triunfante la nota si.  Todo el segmento está construido sobre un pedal de ese sonido, la melodía desciende re-do-si y la armonía finaliza con un acorde también de si, que es la primera nota del nombre de Haydn con el que comienza la recapitulación.


 

Cuando se produce la crisis de la tonalidad funcional, a comienzos del siglo XX, se buscan distintos caminos para superarla. Ravel está entre los que la siguen cultivando, pero de una manera absolutamente personal. No renuncia, muchas veces, a un lenguaje modal, pero lo más característico del suyo es un neoclasicismo que en algunas ocasiones es sustituido (a mi juicio equivocadamente), en los análisis que se hacen de su música, por un presunto impresionismo.[4]




[1] El scherzo tiene su propia historia. Reciben ese nombre obras muy anteriores y diferentes, y tenemos más adelante, por ejemplo, los scherzi de Chopin o Brahms, que también son otra cosa.
 
[2] Entre los compositores invitados estaba Camille Saint-Saëns, que no participó. Expone la razón de su negativa en una carta que dirige a Gabriel Fauré (quien tampoco aceptó el encargo, no sé por qué motivo): “He escrito a M. Ecorcheville pidiéndole que me pruebe que las letras Y y N del nombre de Haydn corresponden a D y G. Le pregunto lo mismo a Ud. Sería molesto verse mezclado en un asunto absurdo que provocaría la carcajada del mundo musical alemán”.
 
[3] Su afición a este género, poco prestigioso en el tiempo en que le tocó vivir,  es otra muestra de su  neoclasicismo. Además del minué en homenaje a Haydn, recuerdo el Menuet  antique, el en do# menor, y los incluidos en Le tombeau de Couperin y en la Sonatina.
En el homenaje a Haydn también tomó parte Debussy, que compuso un vals lento.
 
[4] Como otras veces en la historia,  palabras inadecuadas llegan para quedarse. El término impresionismo, aplicado a la música, se impuso  después de que los Conciertos Colonne lo incluyeran en el programa del estreno de El mar, de Debussy. En 1908, éste le escribió a su editor diciéndole que él sólo intentaba hacer algo diferente “que los imbéciles llaman impresionismo, el término menos apropiado posible”. Sin embargo, en 1916, agradeció a alguien: “Me hace un gran honor llamándome alumno de Monet”, destacadísimo pintor impresionista. Ravel también fue víctima de esta situación (¿confusión?).