miércoles, 22 de enero de 2014

BÉLA BARTÓK: ANÁLISIS DE ‘BROMA ALDEANA’, No. 130 DEL MICROCOSMOS

El húngaro Béla Bartók (1881-1945) es uno de los mayores compositores de la primera mitad del siglo XX. Fue, además, importantísimo folclorólogo, destacado pianista y pedagogo renovador. Asimismo, escribió varios libros y numerosos artículos sobre distintos asuntos musicales, muchos de ellos referidos a la música popular.

Su expresa intención era realizar, con su obra creativa, la síntesis de Oriente y Occidente[1]. Y la representante de lo oriental, en esa síntesis, fue la música campesina de esa región de Europa, uno de los puntos de partida del estilo bartokiano. Pero esa música no es sólo lo que viene del Este, sino, también, el pasado del Oeste, que occidente abandonó al embarcarse en la experiencia tonal funcional. Por eso, cuando sintieron la necesidad de recurrir a lo modal, ya en del siglo XIX, algunos compositores occidentales (en cuyos países la música popular también se había tonalfuncionalizado) fueron a beber en la música medieval, en los llamados modos eclesiásticos, en el canto gregoriano.

La obra pedagógica más importante de Bartók es el Microcosmos, 153 piezas para piano, de dificultad graduada, escritas a lo largo de más de una década, inicialmente para su hijo Pedro.

Pero este trabajo supera largamente ese objetivo familiar. De algún modo se entronca con la labor que doscientos años antes había realizado J. S. Bach, también para el teclado. En la segunda mitad del siglo XVIII no hay nada parecido. Y en el XIX nos encontramos con dos cosas, ambas diferentes de este esfuerzo. Por un lado, compositores como Chopin y Liszt escriben estudios, los más fáciles con un nivel medio de dificultad. Quedan marginados, entonces, los principiantes, si bien el género sale de su confinamiento en el aula para ingresar, con pleno derecho, a la sala de conciertos. Y, por otro, hallamos una gran cantidad de piezas de dificultad graduada, sí, pensando a veces en los que recién empiezan, sí, pero, en muchísimas ocasiones, de una dudosa calidad musical.

Y esa es la literatura mayoritaria a la que se enfrentan  los que se inician, todavía hoy. Los niños comienzan su formación tocando música, no siempre buena, que fue escrita, en el mejor de los casos, siglo y medio atrás. Esto refuerza la conformación de un oído limitado a lo que dictan la tradición y lo que se escucha, con pocas excepciones,  por radio y TV, lo cual hace que los estudiantes tiendan a rechazar lenguajes posteriores. (He estado refiriéndome a la enseñanza del piano, pero este problema puede hacerse extensivo, con sus particularidades, a muchos otros instrumentos.)   

Pues bien, el Microcosmos (¡que empezó a escribirse hace ya 90 años!) nos provoca –desde el comienzo- sorpresas auditivas y también visuales. Tal vez un buen ejemplo sea  el No. 10 del primer volumen, una pieza de apenas 24 compases con sólo blancas y negras, cuya tónica es re, pero que tiene el la bemol, y ese lab es lo único que aparece en la armadura: revulsivo para los oídos, la primera; para los ojos, la otra.

Broma Aldeana, que hoy nos ocupa, está incluida en el quinto volumen, de los seis que constituyen la obra, y es una pieza de 36 compases basada en una melodía de tipo campesino que se escucha, casi idéntica, dos veces y media.





En el siguiente video se incluye Broma Aldeana, No. 130 del Microcosmos.

Su esquema formal:

 
Las palabras o las imágenes pueden provocar carcajadas. No así el humor musical, que no genera más que una sonrisa o que, simplemente, ayuda a confortar el ánimo. Este es el caso de Broma Aldeana, y Bartók lo logra con distintos procedimientos.

Comienza con una escala mayor, muy mayor (un color lidio), sin armonía explícita.  Lo hace de manera ascendente y con bastante ánimo, pero al llegar al 6º grado se desploma con un intervalo de tritono que nos ubica, sorpresivamente, en un modo menor (color dórico). Y, de inmediato, el acompañamiento se lanza, con contundente ingenuidad, a una cadencia auténtica que, en el tercer compás, nos hace pensar en que tiene la intención de cerrar ya la pieza. La melodía, además, está legato, mientras que el acompañamiento mantiene siempre el tono poco serio del staccato. Es como si lo risueño interrumpiera bruscamente (primero con la caída al modo menor, después con la cadencia) el ‘normal’ devenir de la música.

Lo que sigue es la transposición (tonal, no real) a la dominante;  encontramos allí los mismos acontecimientos que en los primeros tres compases.

Este procedimiento  de transponer a la 5ª superior es habitual no sólo en la música occidental, sino también en cierto tipo de melodías campesinas eurorientales, como lo es (aunque menos) el que exista cierta irregularidad en el modo empleado[2]. Estos primeros compases están un poco bartokizados, pero no mucho.

Lo que viene a continuación sí se aleja más del modelo popular (me referiré con detalle a esto más adelante), un proceso que le permite al autor hacernos otro guiño: en el c. 13 volvemos a encontrarnos con la misma cadencia auténtica del comienzo. Y así finaliza la primera parte.

En todo el transcurso de la pieza se mantiene esa relativa oposición entre una melodía que pretende mantener un poco de compostura (sólo un poco) y un acompañamiento absolutamente inmerso en la informalidad.

Desde la segunda parte (c. 14), este acompañamiento recurre  más al contratiempo (síncopa) y, a partir del c. 21, Bartók introduce  nuevos elementos humorísticos: las 2as. menores armónicas (casi enseguida, también mayores) y los acentos sobre la última corchea del compás.

El primer procedimiento consiste en apoyaturas ‘congeladas’ (es decir, que se ubican simultáneamente con la nota armónica, en vez de hacerlo una después de otra). Mi, si y sol# en cc. 21 y 22 (el primer caso, pero no el único)  disimulan el arpegio de Fa mayor, que es la armonía que está sonando (Fa V7 resulta lo que termina escuchándose también en la melodía). La acritud de la sonoridad y la insistencia en el recurso contribuyen con eficacia a quitarle seriedad al pasaje.

En cuanto a los acentos en la cuarta corchea del compás, su tarea parece ser la de sustituir a las síncopas, ahora reservadas a los momentos cadenciales.

Las gélidas apoyaturas continúan casi hasta el desenlace de la pieza (siempre oscureciendo una armonía simple), en el que Bartók plantea, para enfrentar la cadencia,  un lenguaje consonante.

Toda la pieza está en la tonalidad de do, en una escritura modal libre, aunque si consideráramos que está en el modo en que termina (y en el que se encuentra la mayoría de las cadencias), tendríamos que afirmar que está en menor.

Esa uniformidad tonal exige que haya otros factores de interés. Y hay varios ya en los tres compases iniciales: éstos comienzan sólo melódicamente, pero enseguida escuchamos una cadencia con V – I en el bajo (contraste melodía-armonía); en el ritmo de la melodía se oponen figuras ‘normales’ y el cinquillo del final (contraste rítmico); aparecen desde el comienzo, uno a la par del otro, dos intervalos de carácter opuesto (el tritono, sobre todo el la – mib de la melodía, y la 5ª justa sol – do del bajo). En las dos primeras frases (cc. 1 a 6) se oye primero el tritono y después la 5ª, en concordancia con su carácter ‘cerrado’; después, en cambio, el orden se invierte, de acuerdo con la inestabilidad del pasaje, a la que hago referencia algunos párrafos más abajo.

Como se dijo, lo que sigue es la transposición a la dominante de esos tres compases. Y, a continuación, después de pasar un instante por la tónica, Bartók se zambulle en el área de subdominante, emplea la inversión de la primera parte de la melodía  y utiliza un recurso que otras veces encontramos en su música: al descender, destaca la nota ‘meta’  bemolizando alguna de las anteriores y elimina esas alteraciones al subir. (También podemos hallar # agregados en una melodía ascendente; algo de eso ocurre en la melodía inicial; en ambos casos, puede llegar a ser una especie de refuerzo de la función sensible.)
 
 


Incluyo, a continuación, un ejemplo de este recurso, extraído de Staccato y legato, otra pieza del 5º volumen de esta obra.
 

 
En este fragmento vuelve a recurrir a la transposición, a las secuencias, ahora a las 5as. inferiores, de modo tal que se oyen, melódicamente,  varios acordes sucesivos de V7 (Fa, Sib y Mib) lo cual produce un efecto de inestabilidad, de continuo movimiento, contrastante con las anteriores cadencias auténticas en do y en sol. Esto ocurre sobre una especie de pedal do que luego baja cromáticamente hasta que ambas manos concuerdan en construir (c. 12)  una subdominante de la tónica principal que le facilita reiterar (cc. 13 y 14) la cadencia auténtica del comienzo.

En la segunda presentación, la melodía pasa a la mano izquierda y en el acompañamiento (ahora en el agudo) aparece por primera vez el 7º  grado de la tónica principal, que resulta ser sib, es decir, que por ahora tenemos una tonalidad de do sin sensible.

Al llegar al lugar en que en la primera presentación oíamos la dominante como parte de la cadencia auténtica, Bartók coloca un acorde que ejerce su atracción hacia la tónica de una manera muy distinta: en vez de la fuerza armónica del intervalo de 5ª, tenemos la fuerza melódica de las 2as. (dos de ellas, además, semitonos, siendo éste el intervalo que más atrae melódicamente a los sonidos que lo constituyen). Este acorde está constituido por mib y fa#, las dos notas alteradas que oímos al comienzo y, además, por el recién incorporado sib.


 
Desde el c. 15, el acompañamiento (que ahora se oye más porque está en el registro agudo) abandona las 8as. vacías y nos ofrece sonoridades predominantemente disonantes. Un nuevo factor de interés que se mantendrá en el transcurso de casi toda la pieza.

Creo que vale la pena ponerle atención a la ‘historia’ del 7º grado de la tonalidad principal. Lo evita en los tres primeros compases, incursiona a continuación en forma pasajera por la tonalidad de la dominante y, después, ‘amenaza’ con varias tonalidades del área de subdominante antes de regresar a do (en cc. 12 a 14) de manera idéntica al comienzo, o sea, sin 7º grado. En  el c. 15 lo encontramos, a distancia de tono de la tónica. Lo que sigue reproduce aproximadamente lo que ocurrió en la primera parte (transposiciones a la dominante y a tonalidades del lado subdominante), pero al llegar a la cadencia se produce una novedad (c. 27): aparece ahora sí la sensible, aunque lo hace de un modo más bien oscuro: en la armonía de dominante la hallamos en un pequeño cluster, acompañada del sib y del lab. Y después se queda ‘pegada’ al acorde de tónica. Es necesario llegar a la cadencia final, al penúltimo compás, para hallarla libre, formando parte de una clara armonía de V7 (véase la modificación que sufre el cinquillo), aunque en todos los compases anteriores Bartók insiste en el sib.

Decía al inicio que el primer compás es muy mayor y que inmediatamente aparece un intervalo característico de los modos menores, la 3ª menor a partir de la tónica. Esta yuxtaposición de lo mayor y lo menor, este choque, podríamos decir, ocurre, de distintas maneras, a lo largo de toda la pieza, es un elemento estructural de ella.

Lo que sucede en los primeros dos compases lo volvemos a encontrar, claro, en los c. 4 y 5, pues se trata simplemente de una transposición.

Y hallamos nuevamente el enfrentamiento M/m (ahora m/M) en todos los eslabones de la secuencia que sigue (cc. 7 a 12). Allí, la melodía baja llena de bemoles (con un color marcadamente frigio) y sube (son dos notas) sin ellos.

A partir del c. 15, con la repetición de la melodía, se producen los mismos choques que antes, y se agregan otros. Desde el c. 21 hasta el 24 se escuchan 2as. menores en la mano derecha, 2as. que se hacen mayores en los dos compases siguientes,  y que aparecen de los dos tipos en el c. 27.

Y toda la ‘historia’ del 7º grado, a la que me referí más arriba, es también una cuestión m/M.

Hemos estado analizando una pieza muy simple, mucho más sencilla que la inmensa mayoría de las obras de Bartók, incluso de las que compuso con fines pedagógicos. Sin embargo, en ella se manifiesta, en varios sentidos, la vocación fusionadora del autor (se unen lo tonal y lo modal, pero también lo horizontal y lo vertical, el contrapunto y la armonía, lo barroco con lo que le siguió).  

Dice el buen compositor suizo-francés Arthur Honegger, contemporáneo de Bartók y uno de tantos creadores a quienes ha dañado el tiempo (se escuchaba muy frecuentemente hace medio siglo, cuando yo era joven; muchísimo menos ahora): “Desde el Segundo cuarteto hasta la Música para cuerdas y percusión, mi admiración hacia su obra no ha dejado de crecer. Yvonne Giraud, Delgrange, Darius Milhaud y yo desciframos el Segundo cuarteto enseguida de su aparición. No sin trabajo, pues se trataba de una obra difícil, aunque interesante en grado sumo.” Y agrega más adelante: “…considero que Bartók, junto con Schönberg y Stravinsky, es el verdadero representante de la revolución musical de esta generación. Menos directo y chispeante que Stravinsky, menos dogmático que Schönberg, Bartók es tal vez el más íntimamente músico de los tres.”



[1] “Kodaly y yo queríamos hacer la síntesis de Oriente y Occidente – dice Bartók-. Podíamos pretenderlo por nuestra raza y la situación geográfica de nuestro país, que es a la vez el extremo del Este y el bastión defensivo del Oeste.”
 
[2] Incluso considerarlo irregularidad puede no ser correcto. Los modos occidentales tienen la 8ª como unidad. Algunas culturas orientales, en cambio, parten del tetracordio y, por lo tanto, es perfectamente posible la combinación de dos de ellos para obtener un resultado que no corresponde a ninguna de nuestras escalas.